miércoles, 14 de octubre de 2009

Habitaciones

Hacía un frío que calaba los huesos. Mingo se frotaba las manos junto a la estufa de kerosene y maldecía pensando en cuánto tiempo más se estiraría el invierno. Es que ya estaba por finalizar septiembre y las temperaturas seguían oscilando entre los dos grados bajo cero y los diez grados, los días menos crudos. Justo este año que había conseguido ese trabajo de sereno en “El buen dormir”, un hotelucho en el que a decir verdad no sobraban las comodidades para hacer honor a su nombre, el frío se empeñaba en quedarse y en joderlo con el chiflete que le enviaba todas las noches por debajo de la puerta de lata y por cada hendija de cuanta ventana habitaba en las descascaradas paredes de la recepción.
Esa noche no lograba calentarse, así que decidió echar llave a la puerta y recorrer los pasillos. En su caminata se entretuvo fantaseando lo que pasaría dentro de cada habitación. Una sonrisa se dibujó en su cara imaginando a la gorda Francisca cabalgando en la cama encima del pobre Jacinto que no alcanzaba a pesar ni la mitad que su mujer. Luego, frente a la habitación número dos aspiró cerrando los ojos y deseando ser invitado a saborear ese riquísimo humo de marihuana que se escapaba
por debajo de la puerta -“estos pendejos consiguen de la buena”- pensó. Siguió caminando y se detuvo unos pasos antes de la número cinco, la puerta estaba entreabierta. Mingo no podía dar crédito a lo que veían sus ojos- “pero si esa es la habitación de la hermana Mercedes!”- Se ubicó detrás de una columna y se dedicó a observar. El cuerpo desnudo que se desparramaba sobre la cama con su piel blanca casi transparente era sin dudas el de la monjita que había vuelto al pueblo por unos días a despedir los restos de su padre.-“Pobre Artemio qué forma de morir”- pensó sin dejar de mirar. En sus manos un muñeco, no alcanzaba a ver si era un osito o un conejo, quizá un perro,-“qué importa”-, bajaba lentamente primero por su cuello, luego por los pezones, allí se detuvo un rato y el cuerpo lechoso comenzó a temblar, alcanzó a escuchar un gemido. Los ojos abiertos de Mingo no cabían en su cara, en puntas de pie y con cuidado de no ser escuchado comenzó a aproximarse, no podía perderse detalle de semejante espectáculo, de pronto escuchó que se abría una puerta y corrió nuevamente detrás de la columna. El corazón se le salía del pecho, y vio salir de la habitación siete a La Chola, que con esa cofia en la cabeza y el camisón hasta los tobillos parecía salida de una película de terror –“No se como el Felipe pudo casarse con semejante bodrio” pensó mientras la mujer se dirigía al baño-“uno de estos días se va a despertar y le va a dar un infarto al encontrarla a su lado”. Volvió su atención a la monjita, el peluche ya bajaba por su abdomen rumbo a su intimidad, El Mingo comenzó a sentir que el calor subía desde su entrepierna y se desató la bufanda, Su agitación crecía junto con la de la monja, el muñeco seguía bajando, cuando escuchó el teléfono sonando en recepción –“¡Maldición!” pensó mientras corría hacia las escaleras tratando de hacer el menor ruido posible. Antes de llegar al teléfono escuchó la cadena del baño “El esperpento terminó de cagar, si el olor que deja corresponde a su imagen ¡mamita!- En el momento de atender se cortó. Se disponía a subir nuevamente cuando la campanilla volvió a sonar-“¡Mierda! justo hoy se les da por llamar”-Al atender la voz chillona le perforó el oído –“¿Dónde te habías metido que no atendías?” retumbaron las palabras de Tomasa, la dueña del hotel.-“Estaba en el baño”- “No estarías durmiendo por ahí ¿no? que te pago para que vigiles la entrada”-“Quédese tranquila doña Tomasa, adiós, si, si, saludos a Don Pascual”-“Otro que un día se va a quedar duro al lado de esa arpía, todas las mujeres de este pueblo se transforman en monstruos”- pensó al tiempo que se juró a si mismo no casarse nunca. Se sentó en el sillón destartalado, cerró los ojos e introdujo la mano en sus pantalones, tomó su miembro preguntándose por qué parte del cuerpo de la monjita andaría paseando el osito o lo que fuera –“Vení Merceditas, agarrá este muñequito que es más lindo que el tuyo...”-
El chiflete seguía entrando por todas las hendijas, pero el Mingo ya no sentía frío.

ALICIA

Orgullo

Orgullo por lo que hago pero más aún por lo que no hago.
Puedo no poder hacer lo que quiero
mas no puedo hacer lo que no quiero
Llevó algún tiempo aprenderlo, pero cuando se hace carne,
es un orgullo perder por no perder los principios.
Se gana perdiendo cosas, esas no son las que valen
porque si para tenerlas tengo que vender mi esencia
¿Qué sería de mi orgullo? Pierdo más de lo que gano.

ALICIA

martes, 13 de octubre de 2009

Qué tipo jodido

- Qué tipo jodido el que lo mató a Jorgito el karateca, ¿no? -
- Fijate que no -
- Pisaba parajitos -
- ¡Calumniador! -
- Y descocía bufandas -
- ¡Sangran mis oídos! -
- ¿A razón de qué tanto afecto? ¡Abogado del diablo! -
- Fue mi mentor -
- … -
- En otra vida fui karateca, y él en ésta fue mi mentor -
- (Llorando) Pero lo mató a Jorgito -
- Jorgito nunca pasó de cinturón azul -
- ¡Pero era tan bondadoso! -
- No, en realidad era un jodido -


Nico.

lunes, 12 de octubre de 2009

El fuego

Siempre esperábamos la llegada de aquel día, repetir el ritual del año anterior y del siguiente. Éramos pocos y niños, pero bien organizados y muy seguros de lo que hacíamos. Planeábamos el lugar, la hora, incluso cierto discurso, lema o pastiche de deseos. Recopilábamos el material con una ansiedad que empapaba nuestras manitos de sudor. Tachábamos días en el calendario, pulíamos detalles, hasta que no había nada más que pulir ni que tachar, y nos reuníamos todos, puntuales, en aquel espacio techado, húmedo, difícil acceso. Formábamos un círculo. La adrenalina contagiosa. La cara pintada con dedos de colores. Las chombas blancas, ya grises, firmadas por nuestros compañeros. La sonrisa imborrable del triunfo infantil. ¿Estamos todos? ¿Tenemos todo? No respondíamos con palabras. Respondíamos con una acción, simultánea y conjunta: tirábamos al centro nuestros cuadernos de matemática, de ciencias, de lengua, de sociales, armábamos una montañita. Alguien prendía un fósforo. Tercer grado ya era historia.

Nico

jueves, 17 de septiembre de 2009

abandono

Sus cientoveintitantos, ya perdio la cuenta, kilos desparramados en aquel sillon de dos plazas. Restos de delivery en su mesa, en su camiseta, en la frazada, entre su barba de hace dias. Los ojos astillados fijos en los labios que, al ritmo de una mojarrita recién salida del agua, van vomitando sonidos en español neutro. Olor a humo, a pedo, a sudor impregnado, a leche cortada. La cara sudada y vuelta a secar, las imágenes que se siguen unas a otras iluminandole la cara, la sordida risa que le produce el coito de unos elefantes por animal planet y un eructo que corona la escena.

maria, seca por dentro

LA MENTIRA

LA MENTIRA
Miento porque no me tiene confianza.
Si no me tiene confianza, no me cree
Entonces, ¿Para que miento si no sabe que es mentira?
Yo, ¿Creo que me creerá más si es mentira?
O es que si es una mentira no importa que no la crea?
Y en todo caso, ¿Por qué creo que no me cree?
¿El no me tiene confianza?...¿Yo no se la tengo a él?
O acaso yo no me creo y perdí la confianza en mí?
ALICIA

miércoles, 9 de septiembre de 2009

DOS CONSIGNAS EN UNA

Se pasaría horas, días enteros a orillas de la vía mirando el ir y venir de los trenes.
Siempre le gustó viajar en tren, cerrar los ojos y conectarse con el ritmo uniforme que propone el paso del gigante por las vías...como un mantra que lleva a su mente a otras dimensiones.Cierra los ojos y vuela, viaja por mundos desconocidos, nuevas realidades. ¿Hacia dónde quiere ir?
Abre los ojos, las casas con las ropas secándose en las sogas pasan rápido, como los árboles.¿Quién dijo que los árboles no corren? Él hace años que los ve correr apurados hacia el camino contrario al de su tren...ese tren que lo lleva... ¿Adonde?
Cierra los ojos nuevamente. Ahora tiene seis años. Vuelve de la escuela pensando en el juguito de tomate que le tendrá preparado su mamá. Abre la puerta, todos lloran. Su abuela lo abraza,su hermano está tirado en la cama boca abajo ahogando el llanto. ¿Dónde está mamá? Nadie contesta, nadie se atreve. Su papá lo alza: "Mamá murió"...murió, murió murió murió murióooooo...La palabra retumba dentro de su cabeza golpeándole el alma. Sale corriendo. Su hermano se levanta, lo alcanza:"Mamá se fue con el tren" ¿Adonde? "Se tiró abajo del tren" lo escucha gritar mientras su cabecita de seis años gira dentro de un vacío que nunca podra llenar.
Vuelve a abrir los ojos. Ahora son metros y metros de campo y alguna vaca con su tonta mirada las que corren huyendo de él.
¿Hacia dónde quiere ir? No lo sabe pero en el tren siente que el vacío duele menos, se achica.
Quizás el tren no lo acerque a ningún lado y en ese rumbo desconocido,sin destino, sólo quiere experimentar el desaliento que pudo llevar a su madre a arrojarse a las vías entregándose a su paso.
ALICIA

sábado, 5 de septiembre de 2009

Perseguidor-perseguido

Marcos sale de la casa, hace unos minutos besó a su mujer.
Lo persigue una obsesión. La misma que hace meses. Un pensamiento que lo atormenta.
Trata de eludirlo, no puede. Siente sobre su nuca al perseguidor incansable que corroe su mente. Cambia el camino habitual, vuelve sobre sus pasos. Espía desde la esquina la puerta cerrada de su casa. Un hombre con el cuello de su sobretodo levantado se aproxima, lentamente pero seguro. Pienza: Se detendrá, mirará hacia todos lados y entrará. Lo hará, inevitablemente, y ella se dejará atrapar. Yo volveré a mi camino habitual y me liberaré por fin de mi verdugo, la incertidumbre no encontrará en mí la víctima perfecta. El hombre del cuello levantado llega a la puerta, y sin levantar la vista sigue su camino sin detenerse. Marcos mira el reloj, se le hace tarde. Retoma su camino. Otra vez sobre su nuca el perseguidor incansable. Otra vez más fracasó, no pudo eludirlo. Pienza: lo perseguiré hasta encerrarlo. Algún día lo alcanzaré.
ALICIA

Las horas

No se a que hora comenzó todo. Solo recuerdo que fue en ese momento exacto en que el sol se desvanece cansado y la noche empieza a alumbrar. Vos me mirabas temblorosa y asustada con la piel arrugada. Con ese color indefinido entre negro y verde en tus ojos.
Repetías, imitándolo: puta, puta, puta y se te mezclaban lágrimas con rimmel. Yo te seguía cómo podía. Mientras que guardada celosa de todo ese momento en mi caja de recuerdos. Para contármelo después. Para llorar después. Para odiarlo a él que te hacía correr. Y escapar. Y perderte.
No se a que hora comenzó todo. Solo recuerdo que vos estabas triste y que yo me sentí por un momento más tu mamá que tu hija. Que pensé en decirte algo pero no pude porque tuve ganas de vomitar todo el tiempo.
Habían pasado muchas horas (no se cuántas) y a él le seguía brotando sangre del pecho. Y a vos, llanto. Y a mi, miedo. Y a los vecinos, murmullos. Y al policía, gritos.
Cuando volvió a salir el sol habían pasado más horas de las que yo sabía contar. Te busqué por todos lados y cuando no te vi quise salir y una mujer gorda, uniformada me agarró por los hombros y me pidió: ahora no, después.
Habían pasado muchas horas cuando te volví a ver. Ya no repetías ninguna palabra. No me mirabas y yo no podía verte los ojos porque los tenías cerrados, sellados. Pero yo no quise guardarme ese recuerdo en ningún lado y me escapé para no verte. Para no sentir tu piel, ahora lisa, muerta.
No se a que hora comenzó todo. Solo recuerdo que fue en ese momento exacto en que el sol se desvanece cansado y la noche empieza a alumbrar.
Vale

Otro jueves que pasó

El jueves pasado nos reunimos en nuevo bar, en nueva esquina.
Comimos pizza, charlamos mucho y otra vez volvimos a escribir poco. Ali trató de poner orden pero con Franco seguimos cagandonos de risa y ella se largó a escrbir sola (y muy bien). Cuando con Franco nos pusimos serios también escribimos.
Salieron estas consignas: El desasosiego, la vía, las horas.
Estamos pensando en cambiar de lugar, nuevamente, queremos volver a las fuentes pero por ahora son solo ideas, ya tendrán noticias de nosotros.
Vale

viernes, 28 de agosto de 2009

la espera

El nene espera que lleguen las vacaciones para poder ver a papá. Mamá espera que papá mande la plata para la escuela del nene. Papá espera en una fila interminable de postulantes al mismo puesto. Los inmigrantes esperan que el camión los busque en la frontera. El conductor espera que la policía no lo descubra. La policía espera vigilante un camión lleno de inmigrantes. Papá y los inmigrantes esperan que cambien las leyes y los que hacen las leyes esperan no volver a oír nada más de Papá ni de los inmigrantes.
Nosotros seguimos esperando.

Nico.

funeral

Texto escrito hace dos años, pero relacionado a la consigna:

Llovía mucho. Todos puntuales, cabizbajos y de luto. No somos nada, a todos nos llega, aunque sea no sufrió la pobre. Rezos emotivos y llantos espasmódicos. En el momento en que el viudo, pálido y demacrado, se aproximaba a la fosa para empezar a colmarla de tierra, pisó un gran charco, resbaló, dio un giro en el aire, cayó adentro y se escuchó un golpe seco. Dos mujeres expulsaron un alarido breve y agudo y seis hombres se acercaron corriendo al lugar donde se encontraba el ataúd. Allí yacía el anciano, contorsionado, con los ojos cerrados. El único de los seis que era médico extendió rápidamente su mano y, durante algunos segundos, apoyó con firmeza tres dedos sobre un costado del cuello del viejo. No. Nada. Estaba muerto. El médico avisó a los concurrentes mediante un gesto. “Siempre quisieron que los entierren juntos”, dijo una mujer entre sollozos.

Nico.

lunes, 24 de agosto de 2009

funeral

Pared de mármol, como el piso, como el frió de la mano de mi abuela que intento cubrir con la mía y no puedo, como la lapida que cubrirá la tierra, que cubrirá el cajón, que cubrirá su cara verdeazulada que empieza a pudrirse. Una gorda que jamás vi en mi vida, de labios y diente pintado de rojo violáceo, se acerca y humedece mi oído con su mas sincero pésame. Pésame…. Pésame mucho…. Como si fuera esta noche la última vez….En letras de plástico blancas sobre un paño negro, el nombre del muerto y los días que empezó y dejo de existir. El paño me recuerda al “día de la foto” de mi primario. El día que las madres vestían a sus niñas con cuellos de puntilla y cintas en el pelo, y las maestras salivaban sus dedos para limpiar las comisuras de los labios de sus alumnos. Entonces el fotógrafo nos iba ubicando uno a uno como muñecos en tres filas, los de atrás parados, los del medio arrodillados y los de delante sentados como indios. Un simulacro de equipo de futbol, donde en vez de pelota sostenía uno de adelante el mismo paño negro, con las mismas letras blancas que recordaban los tiempos felices de tercer grado en 1992.
La gente habla en voz baja, para no despertar al muerto. Los niños corren y se esconden tras las polleras oscuras de las tías abuelas. Una mujer rompe en llanto al lado del cajón y de rodillas queda colgando en convulsiones y sollozos. La desconocida mujer dadora de pésames le acaricia la espalda y le entrega una pañuelito descartable mientras esquiva los niños que juegan a los autitos entre los tacos de sus zapatos ortopédicos. La otra la mira con desconcierto y toma cuidadosamente el pañuelito de papel. Se suena la nariz y lo guarda hecho un bollo en el bolsillo de su saco.
Todo se recicla. Las velas no se consumen porque sus llamas no son llamas sino unas lamparitas anaranjadas que pretenden engañar a los deudos. Todos morimos y todos lloramos a nuestros muertos. Todos nos reponemos y volvemos a reír, a enamorarnos y a putear por la demora del tren… y entonces los muertos resucitan recordados en las sobremesas -entre carcajadas y tinto con soda-

maría

domingo, 23 de agosto de 2009

panico, o algo asi

Una tela rancia de tapiceria cae detrás de su espalda y lo protege ( o lo abandona) en la oscuridad mas perfecta del detrás de escena. La respiración que no llega a ningún lado, ruidosa como sifón de soda vació, y las manos…. Las manos transpiradas desde las que se escurre las pocas partes de letra que aun recuerda, mientras las va olvidando. Blanco. Mente en blanco y piernas que tiritan sobre un piso astilloso. La piel de pollo, de pollo que espera ser degollado desplumado y hervido en puchero. La saliva como brea en la orilla de un mar inmenso, pegajosa, negra, intragable. El cuerpo entumecido y el pensamiento empacado. Una luz que enceguece, luz que acusa y pide declaraciones y si no picana. Dale habla o sino te cocinamos. Y después las risas. Risas desde las profundidades. Risas que señalan el cuerpo desnudo, los pies de pato y el pito dormido. La brea que empasta la garganta y asfixia. Espera paralizado y convulsiones a la vez el veredicto de su emperador, la mirada de sus verdugos. Los otros, los que ríen, o peor aun los que callan, los que tosen. No hay letra, no hay aire, todo tiembla, todo se desmorona. Se sube el telón.

maría
Vilma caminaba hacia la escuela con la felicidad pintada en el rostro. Anoche su papá llegó con ese regalo tan ansiado. “Cerrá los ojos” le dijo y le puso en las manos la cajita- “podés abrirlos” Y Vilma con el corazón acelerado comprobó lo que que esperaba ¡Los marcadores Silvapén con florcitas de colores! De un salto se prendió al cuello de su papá –“¡gracias papi, te quiero! y salió corriendo a su habitación a probarlos. Era una cajita de seis, la grande era muy cara, aparte con los colores primarios mas el verde, el negro y el marrón era suficiente.
Esa noche durmió con la cajita bajo la almohada. Pensaba en el momento en que se los mostraría a Bertelle, su compañera de banco. Ella los tenía hacía más de una semana. Ya en el aula los sacó orgullosa y trabajó con ellos en el cuaderno de clase, cuidando de tapar cada uno al dejar de usarlo para que no se secaran. Ese recreo jugó más contenta que nunca...pero al volver al aula sintió que se le paraba el corazón, la desesperación no le permitía reaccionar. Estaba inmóvil con la vista fija en la cajita con cinco marcadores..¡faltaba uno!, faltaba el marcador rojo. Como en un sueño sentía que todo daba vueltas a su alrededor, se dio cuenta que todos los ojos se posaban en ella “sentate,” le decían “¿Qué te pasa?” La vos de la maestra hizo que desviara la mirada hacia ella “Sentate que tengo que explicar la división” Pero Vilma no reaccionaba; sus ojos abiertos miraban a la maestra suplicante. Una lágrima se deslizo por su mejilla: “Me falta el rojo” balbuceó sin que pudieran escucharla, “¿qué? Vilma rompió a llorar. La maestra trató de consolarla y le prometió que al finalizar la explicación lo buscarían.
La maestra escribía números en el pizarrón, Vilma miraba la cajita de marcadores de su compañera, completa, y la de ella que era nueva sin el marcador rojo ¡Era injusto!.
En un descuido le sacó el marcador y lo colocó en el lugar vacío de su caja. El aire volvió a llenarle los pulmones, la sonrisa le iluminó la cara. “Señorita, ya encontré mi marcador” gritó inocentemente, sin pensar que inmediatamente su compañera comprobaría la falta y comenzaría a acusarla de ladrona. Vilma sintió que el corazón le latía a toda velocidad, su cuerpo se endurecía sin permitirle salir corriendo, sus ojos abiertos reflejaban el pánico que se apoderaba de su persona al ver que todas sus compañeras la miraban con ojos acusadores, un calor intenso subió por sus mejillas que se tornaron color rojo granate....Una nube bloqueó su mente y Vilma, después de tantos años, no puede recordar cómo se resolvió el problema, pero nunca pudo olvidar la vergüenza que aún hoy, al recordar ese día le hace subir un fuego por las mejillas tiñéndolas de rojo granate.

Alicia

lunes, 17 de agosto de 2009

ENCIERRO EN EL PARAISO

Tendria que estar pasandolo muy bien. Todo el mundo en Barcelona dice: "Que suerte", "Menuda vida te pegas" cuando lee mi estado en el facebook, que no miente, pero esconde. No miente, pero no dice todo. "Sabeis lo de la playa con palmeras? Pues aqui estoy. Morro de Sao Paulo. Brasil" Y esto es verdad, voy todo el dia descalza con los pies en la arena bajo unas palmeras y con un coco en la mano. Si hasta mi habitacion tiene un balconcito con hamaca. Una postal en el cristal de una agencia de viajes. Pero no acabo de encontrarme del todo. Todo el dia conmigo misma. Almorzar sola...bueno, pero a una le cuesta cenar con una vela, solo con una vela. y envidia a la pareja del lado que conversan y se besan, a lo mejor dentro de cinco minutos se pelean y se sienten mal, pero yo tampoco lo sabré. Porque nos encerramos en el desasosiego rodeados de todos los ingredientes para el pastel de la felicidad paradisiaca? Porque sentirse encerrado en el aburrimiento de uno mismo cuando dispone de todo el tiempo y toda la libertad?
Bueno, voy a empezar por no juzgarme por sentirme así. Seguiré con decirme: solo es que tienes que aprender; despues me dispensare un poco porque llevo mucho tiempo lejos de mi casa, lejos de la gente que mas me quiere (eso si que es el paraiso). I finalmente sacaré herramientas de rescate y distracción: respirar, libros, observar, mas libros, escribe lo que sientes (bueno y que estoy haciendo?), duerme, respira hondo! no te olvides, otro libro y acepta que te sientes como te sientes y no como te deberias sentir.

12/08/2009
Morro de Sao Paula. Bahia. Brasil.
Al atardecer, cenando.

Sara.

domingo, 16 de agosto de 2009

Surgio de encierro, pero sigue medio encerrado.... se me estan entumeciendo las ideas... necesito de ustedes pronto

Brilla el sol. Siento que traspasa el ventanal y me alcanza con mas fuerza. Ella se acerca y me saluda como si me conociese. Me acerca un plato de aluminio o algun otro material que me responde con un reflejo. Tiene dos pastillas, una roja y otra blanca. Miro la pastilla, la puedo ver. Miro su brazo que es gordo y peludo. La miro a ella, que me sonrie. Yo le sonrio. Me ofrece un vaso de vidrio con agua. Por alguna razon confio.. Me vuelve a sonreir, en este lugar la gente sonrie por demas. Sonrisas de extraños que no comprendo. Veo su culo como dos barriles de vino achicarse a media que se aleja…. Brilla el sol, lo siento en mi cara. Un pasillo vacio. No cantan pajaros pero el sol brilla. ¿Quién es usted? ¿me conoce? Sonrio respondiendo a su sonrisa. Trae bolsas de plastico: Un frasco de café y unas galletitas que según dice son mis preferidas. Una sombra se aproxima a mi barbilla, y una tela suave y blanca me acaricia y seca mi saliva goteante. No lo habia notado. El lo noto. Quizas sepa guardar el secreto. Me sonrie. ¿Qué como estoy? Lo miro, sonrio, no contesto y el cree que no lo entiendo. No lo conozco, o quizas si y lo he olvidado. Usted conoce a Pieter? Pieter es mi hijo. Quizas sea amigo de mi hijo o algun embajador que viene a saludarme en nombre del rey. Los embajadores suelen ser muy correctos y suelen sonreir a cada rato como este hombre. De que se rie? no lo comprendo ¿lo conozco? Brilla el sol. Debiera ir de visita a lo de tante Vic y tomar una chocolatada caliente antes de salir hacia la clase de atletismo. Tengo que avisar al equipo que no olviden llevar la nueva camiseta que hoy…. Ya se va? Waar gaat jij? Mischien naar tante vic? Wij kuneen samen gaan…Brilla el sol. Lo puedo sentir en mi cara. Cierro los ojos para no olvidar nunca la sensación. Ahí esta mi amiga la ardilla. Alle Meisje kom. Venite dale que tengo algo para vos que guarde de la cena. Eso, muy bien. Es para usted. Lo guarde para usted. La gorda hace sonar una campana de mano y me mira como esperando mi respuesta. Se abre una puerta a mis espaldas de donde sale una mujer muy mayor, casi pelada, ayudandose con un andador. Me sonrie, todos aquí sonrien. La gorda se acerca, me toma de atrás y me ayuda a levantarme. Me sonrie y me acompaña hasta la mesa donde otros ancianos me esperan, sonriendome. Y ahí me deja, y ahí me quedo, mirando fijamente la sopa.

maría

jueves, 13 de agosto de 2009

se cae?

Hoy jueves se cayo el encuentro, y a mi me pego doble porque habia caido el jueves pasado. Quedamos consignas por mail. La distancia y el desncuentro.
un abrazo de fondo

martes, 11 de agosto de 2009

Tengo que hacerlo

Tengo que escribir, me repito. Tengo que escribir para el blog y para mí. Tengo que conseguir trabajo y tengo que pagar todas mis deudas. Tengo que mirar menos tele y leer más (acá había escrito escribir). Tengo que hacerlo porque sí. No tengo claras las razones pero en mi cabeza una voz insiste: tenes que hacerlo.
Y yo me rebelo, sigo mirando la tele, escribiendo poco y leyendo nada. Sigo sin mandar curriculums y hablandolo en terapia, para no resolverlo. Pero en mi cabeza una voz insiste y yo no le hago caso. No se cuanto más podré evitarla.
Pero tengo que hacerlo.

N.A: podría clasificarlo para la consigna del encierro o dejarlo así como lo pensé, sin consigna, por puro gusto.
Vale

lunes, 10 de agosto de 2009

El jueves que pasó

El jueves pasado decidimos tomar la calle. Salimos a hacer un trabajo de campo y para las tres de la tarde estabamos en el Café La Paz en Corrientes y Montevideo, Ali, Franco y yo. Escribimos un poco, leímos otro tanto y charlamos mucho. Cuando lo divisé a Alejandro Apo en la calle, Franco salió disparado a saludarlo y yo fui atrás (Ali nos puteó porque no lo pudo saludar) y seguimos. Respetamos las consignas que había propuesto Nico por email y agregamos El Encierro que propuso Franco. Nada de escribir del bar, aunque también lo habíamos planteado. Salieron algunas cosas interesantes pero lo más lindo fue la charla. Hablamos entre los ruidos del bar, entre los famosos, que yo, cholulisima, iba marcando (no saben los tacos divinos que tenía Natalia Fassi) y nos matamos de la risa.
Fue una experiencia divina, que queremos repetir con ustedes.
La seguimos el jueves, espero.
Vale

viernes, 7 de agosto de 2009

ENCIERRO

La puerta está abierta
pero ella se siente encerrada
Está abierta de par en par
pero ella no se atreve a traspasarla
Tímidamente se acerca a la salida
enseguida retrocede, asustada
El le dijo que se quedara adentro
él no quiere que ella salga
Ella quiere ver el sol
él quiere tenerla en sombras
Vuelve a acercarse despacio
si aunque fuera se asomara...
la vos de él la atormenta
rebota entre sus dos sienes
le apretuja la garganta
quiere gritar y no puede
Quiere salir ala luz
esa luz que conocía aunque...
ahora resulte extraña
Las sombras le quitan vuelo
pero aunque lenta camine
y no pueda despegar
el encierro la protege
en la luz no sabe andar
La puerta sigue allí, abierta
ella elije no salir más
Ël dejó la puerta abierta
sabe que no necesita
volver a cerrarla más

miércoles, 5 de agosto de 2009

techos

Recuerdo con perfecta nitidez aquel sábado decembrino, semanas antes del fiasco del Y2K. Aquel día fue el Bar Mitzvah de mi mejor amigo, salón alquilado, arreglos florales, buffet de primera, cientos de sillas pulcras con moños elaborados. Sillas tristes y vacías, preguntándose qué hacer, bostezando de aburrimiento. Aquél día llovió de una manera que Noe hubiese quedado boquiabierto; y todos los invitados, toda la capital y alrededores se encapsularon en sus cuatro paredes, petrificados ante una naturaleza que irrumpía en el paisaje urbano, lo desbordaba, se adueñaba de él y lo desgarraba con la ira de una estampida de búfalos. De la montaña descendían rocas de siete, diez metros. Rocas que arrasaban personas, casas, autopistas. “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella”, decía Chávez en cadena nacional. “Y la venceremos”, dicen algunos que acotó luego.
Entre los escombros de su domicilio playero Dana pudo rescatar una foto, tesoro solitario, imagen que escapó al desastre como si hubiese estado rodeada por un aura protectora. Sólo eso, una tierna, inocente foto que le tomaron cuando ella tenía cuatro años. Y me la regaló.
Dos o tres días duró la catástrofe. Trágica muerte del único comediante venezolano que lograba hacerme reír. Decenas, quizá cientos de miles vieron con impotencia inefable el agua que arrastraba lo único que tenían en sus vidas. Pero los techos, sobre todo los techos permanecieron tatuados en mi retina. Techos de paja, de lata, de cartón navegaban serpenteantes en medio de la corriente furiosa de aquel diluvio arrasador que no entendía de miserias, como en un cuento de Rulfo.

Nico.

oscurece

– Oscurece – dice Jacinto
– Así parece – contesta Manuel
– Apuremos el paso – y le pega una patadita al burro
– Antes de que venga el frío
– Y el viento
– Y la muerte
– Como le pasó a don José
– Pobre don José, tan bueno que era
– Ni tanto
– …
– La golpeaba a doña Clara
– ¡No!, incapaz don José
– Que sí, coño, que la golpeaba
– Tantos años de silencio, entonces, pobre doña Clara
– Ni tan pobre
– …
– Que se lo encamaba a Horacio, el capataz – dice Manuel, y se acomoda el sombrero que las ráfagas de la colina pretenden arrebatarle
– ¿Y don José, sabía?
– No, pero lo mismo la molía a cachetazos
– Quién lo hubiera pensado, tan bueno que parecía el Horacio
– Buen estafador será; esas tierras eran robadas, tenían sangre sembrada
– Por algo se decía por ahí que esos tomates tenían como un sabor raro
– Por algo se vendían tan poco
– Pobres tomates
– Sí, pobres
– …
– …
– Apuremos el paso – dice Miguel
– Sí, ya oscurece – contesta Jacinto, y le pega una patadita al burro


Nico.

sábado, 1 de agosto de 2009

Oscurece

Oscurece. Sus ojos se llenan de tierra y de hojas y de noche. Oscurece y el techo se le viene encima pesado, hermético, inviolable. Oscurece y las horas han declarado paro y no hay quien diga lo contrario. Oscurece y las manos se le ponen frías y los labios secos, duros. Oscurece y todo lo que sabía se borra de repente y desaparece para siempre.
Oscurece así por primera vez.
Vale

Hormigón

Anna se desnuda: completamente. De cara a la ventana observa. La nada. El fotógrafo le pide que cierre los ojos y dispara. Anna abre la cortina y trata de descubrir algo. Pero la ventana le muestra la nada. Un mundo de hormigón. La cámara vuelve a encender y apagar el flash y Anna se deja capturar por cada uno de esos instantes. Busca y no encuentra. Nada. Anna apoya su frente en el vidrio y abre enérgicamente sus ojos. La tarde se va volviendo noche y el mundo de hormigón no se despierta todavía. El flash vuelve a encandilar la habitación y Anna se deja hacer porque sigue sin encontrar nada.
Vale

viernes, 31 de julio de 2009

Guillermina tiene flequillo que se le mete en los ojos, nombre de zapato y un boleto capicua en el bolsillo. Guillermina sabe contar cuentos en voz de hormiga y torcer la lengua. El año que viene, cuando tenga seis, va a aprender a guiñar el ojo.
Va de la mano por las calles leyendo los carteles de las fruterias y recolectando objetos que no flotan para meterlos en la pecera de su casa. Es la encargada de que sus peces no pierdan la ilusion de creer que siguen descubriendo tesoros bajo su diminuto mar.
Guillermina se queda dormida abajo de las mesas de los restaurantes desde donde observa tacos y mocacines hablando de guerras y cotizaciones.
Guillermina se angustia desde que descubrió que su sombra la abandona todos los dias al mediodía. Solo por eso acepta dormir la siesta, el arenero no tiene la misma gracia sin la compañía de su sombra. Guillermina no tiene hermanos pero tiene un abuelo que come helado y le da comer a las gaviotas en el aire.

maría

Hormigon

Hormigon pesado que sostienen en sus espaldas las enomres tortugas de las que creo haber alguna vez escuchado. Tortugas de pieles cansadas y agrietadas de tanto andar, paso a pasito y despues otro. Pared contra pared, otra pared. Techos, antenas, cables. pared sobre techo. Y asi vamos quedando todos apilados, pisandonos las cabezas. Los huecos se llenan a la velocidad del correcamino, y los que quedan en el camino. Todos corren. una mujer en el medio de una avenida con un vestido rojo se deja despeinar por el viento. parece estar bajo agua, suspendida, es la unica. Uno de ellos la mira. Se da cuenta. se detiene. Mira su reloj pulsera y se apura. Se lo vuelve a tragar la tierra en diagonal norte. Las tortugas, sin embargo, siguen lentas, al paso, cargando con el mundo que le hace cosquillas.

maría

jueves, 30 de julio de 2009

Estrellas

Pasó lo mismo, exactamente lo mismo que la vez pasada. Casualidad, causalidad, lo que sea: nuevamente, una de las consignas (la esperanza) cayó como anillo al dedo en algo que escribí hace ya mucho, mucho tiempo. Acá se los dejo.


Una niña de siete años, con sus manos rajadas y la frente desteñida por el sudor, está acostada en el medio de una calle de tierra. Es de noche y todo el pueblo parece congelado, inerte. Y ella está ahí, sola, callada, mirando las estrellas: las miles de estrellas que se descubren cuando no hay luz y se tiene siete años. Su hermano, dos años mayor, se acerca, la observa y se acomoda junto a ella, en la misma posición. Se toman de la mano y permanecen mudos durante varios minutos.
– ¿Cuánto se tarda en llegar hasta allá? – pregunta la niña, mientras apunta con el índice hacia su estrella preferida.
– Un día luz – responde su hermano, y le besa la frente.

¿Saben ustedes cuánta esperanza cabe en un día luz?

miércoles, 29 de julio de 2009

Va un textito que garabatee en el subte y lo subo directo aca. Crudo, muy crudo.

Fue entonces cuando entre Juramento y congreso de Tucumán se detuvo, deteniéndose con ello las imágenes de caños y paredes barridas detrás de la ventana, el chirrido de sus rieles, el aire y hasta podríamos decir, que por un segundo se detuvo el tiempo.
Ellos prisioneros bajo tierra entre desconocidos que mantenían la mirada fija en el suelo. El joven de auriculares dobla y desdobla la bufanda cuadrille que tiene en sus manos. La mujer de enfrente mira por encima de su hombro hacia atrás buscando una respuesta o algún tipo de complicidad con alguno de los otros pasajeros. Un hombre infla los cachetes y exhala pronunciadamente mientras da vuelta la página del diario que le entregaron gratis al subir.
El aire se siente más pesado y pegajoso. El silencio permite escuchar la incandescencia de las lámparas y los motores de ventilación. La mujer-que-mira-por-sobre-el-hombro, sentada en ángulo de noventa grados, se impacienta e inicia un rebote de ambos tacos de sus zapatos en simultáneo contra el piso, sin por ello perder su postura perfecta y las manos posadas sobre la cartera que posa sobre su falda. El joven de auriculares en trance no deja de doblar y desdoblar su bufanda cuadrille. Una niña de pollera y medias can-can libera una batalla campal con su grotesca campera rosa que la tiene atrapada sin poder sacar a flote la cabeza por sobre el cierre subido hasta el tope. Balancea las piernas que no alcanzan el suelo y de tanto en tanto mira de reojo a su madre que revisa su agenda.
La mujer-que-mira-por-sobre-el-hombro bucea en su cartera en búsqueda de alguna pastilla mientras piensa que hubiera tenido que bajarse en Juramento y caminar unas cuadras, hubiera llegado tanto antes.
Pasa uno de no más de diez dejando sobre las piernas de los pasajeros unas tarjetas de ositos de anime chino, corazones y frases de amor (quizás no se entero que el servicio esta parado) Algunos apresurados le muestran la palma de la mano en leve movimiento hacia un y otro costado, labios apretados, media sonrisa y ojos apenas entrecerrados: inconfundible gesto que en el lenguaje de servicios de transporte publico, útil también dentro de los coches frenados en los semáforos reemplaza al“noo, gracias pibe, me bajo en la próxima, ni me toques, deja”. Otros en cambio son abruptamente sorprendidos con la guardia baja por la tarjeta que los toca. De estos últimos están los que, incómodos por la situación apoyan con cuidado la tarjetita en el espacio de butaca vacío que tienen al lado y los que la toman,la miran de un lado y del otro, aprovechan a leerla para sus adentros y se sonríen sabiendo que nunca dirían semejante frase- les resulta sumamente empalagosa, claro, tanto que se vuelve kitsch y entonces quizás si.
La mujer-que-mira-por-sobre-el-hombro vuelve a extender el bollito en que devino el envoltorio de su pastilla y ahora comienza a doblarlo en diagonal formando triángulos cada vez mas pequeños.
El hombre de la exhalación pronunciada sostiene con su axila el diario que ya terminó o se aburrió de leer y ahora, tras haber agotado las publicidades y carteles con instrucciones para en caso de emergencia, lee y relee los nombres de las estaciones de la línea d.
La niña sigue disputándole el cuello a la campera y el joven de los auriculares sostiene la bufanda doblada en una de sus manos y cuelga con la otra de una de las argollas que penden inmóviles del techo. Meciéndose apenas cierra los ojos con intención de dormir y apoya en su antebrazo su perfil derecho.
De un tiron y sin demasiadas explicaciones vuelve a moverse. Una voz sensual e impostada de mujer anuncia el final del recorrido. Se abren las puertas y los pasajeros nos apresuramos a bajar.

El de no mas de diez vuelve a recorrer el vagón vacío y junta las tarjetitas que quedaron prolijamente apoyadas sobre las butacas. Otros suben, se acomodan y entonces vuelve a salir.


maría

sábado, 25 de julio de 2009

texto de sara

Ivan dejo de quererme el dia que me dijo por primera vez que me queria. No lo suficiente, no como yo queria. Me dejó de querer a las tres de la madrugada sin bares abiertos donde comprar el cigarrillo que necessitaba. Me dejó de querer sentados en las escaleras de una calle con una plaza de cemento detrás. Me dejó de querer, pero me besó. Me dejó de querer, pero la contadicción estaba en sus ojos humedos y sus manos secas que trataban de consolar las mias. Él queria quererme y no le salia. Yo queria que me quisiera y no sabia como. Comprender eso era tan oscuro como la noche que avanzaba, impossible de parar. Me dejó de querer y nadie me contestó al teléfono para emborracharnos. Me dejó de querer, pero me acompaño a casa. Y cuando estaba a punto de poner la puerta entre los dos me dijo por primera vez que me queria. Ya no era necesario. Me queria, pero en el fondo simplemente había dejado de quererme.

jueves, 23 de julio de 2009

mas consignas, mas

en la cama
invierno
esperanza

En la cama

En la cama te beso, te veo, te descubro. Te dejo. En la cama me envuelvo entre tus piernas y tus brazos. En la cama me disfrazo. Te bailo. En la cama me caliento, te abrigo, te encuentro. En la cama me saco la ropa y me pongo tu camisa. En la cama me alejo, te creo. Te pierdo. En la cama soy feliz a pesar de tus ronquidos. En la cama te abrazo más profundamente que en cualquier otro lado. En la cama te leo. Te quiero. En la cama, los dos.

Vale
Espera el colectivo que no llega y prende un cigarrillo invocando a Murphy y todas sus leyes. Espera la llegada de su amado y la comida se le vuelve a enfriar. Esperan impacientes que sean las doce para abrir los regalos de navidad, de la misma manera que esperan los comienzos de las historias y los finales de las siestas para salir a correr al sol. A ellos en cambio, no les queda mas que esperar la muerte mientras pintan tarjetas y tejen crochet en el geriatrico en el que fueron dejados. Espera ella que esta vez el evatest le de positivo mientras paradojicamente otra ella busca en una clinica clandestina que una mujer llame su nombre y ella deje de estar esperando. Espera la multitud enloquecida que los artistas reciban sus aplausos y hagan el bis que tienen preparado. Espera ella, acaparandose el telefono y controlando a cada instante que tenga tono, que el la llame. El espera sorprenderla esta vez y llegar a tiempo. Espera el niño que lo pasen a buscar en un patio ya vacio en el que solo queda Manuel, el portero, y la maestra impaciente que mira el reloj y marca con su pie los segundos que pierde. Esperan ellos comer sus sobras. Espera ella que alguien, no importa quien, la mire fijo y le devele que tiene que hacer con su vida. Espera otro animarse esta vez a saltar del trampolin como tambien estan los esperan esta vez acertar, sacarse el loto y dejar de trabajar. Espera la pequeña que sea certo que todos los perros van al cielo mientras observa a su padre enterrando a su amigo. Espera que no voltee la cabeza una vez pasado migraciones, sabe que no podria soportar semajante agonia. Espera que desobedezca y lea la carta antes de partir. Espera que no llueva en su cumpleaños, y que se le cumplan los deseos. Mira fijo el cielo y espera ver una estrella fugaz. Espero que alguna vez se le pase a ella el dolor.

maría

CONSIGNAS para pasar el invierno

Y si, quien quiere salir con este frio de la cama?
y vos Nico con sanadalias.

Consignas que circulan por ahi
hormigon
nubes
la espera

espero leerlos pronto

martes, 21 de julio de 2009

Todo empezó a cambiar desde que llego a Buenos Aires. El anonimato de las calles fue para el un alivio.
Miguel había crecido entre las palmeras y el remanso del rió Uruguay, en una casa de paredes anchas de adobe y largos pasillos que no llegaba a calentarse en invierno pero garantizaba una fresca siesta en verano. Habían pasado veinte años desde la última vez que había estado en ese patio, bajo esa pérgola. Su hermana Malvina le ofreció un vaso de limonada con hielo.

“Pensé que ibas a venir cuando murió el viejo, la vieja te estuvo esperando” le dijo con voz de reclamo pero sin mirarlo.

“Bueno, acá me tenés” le contesto el y se tomo un trago de limonada.

“Si. Es una pena que no llegaras antes…”

Undécimo hijo de trece, Miguel había crecido entre hermanas que le hacían los ruedos a los pantalones que heredaba de sus hermanos mayores. Compartía el cuarto con dos de ellos y leía escondido a Faulkner.

Siempre había sido el cómico de la familia, también de la escuela. Los de la normal siempre lo recordaron por sus imitaciones de chirolita, aunque el no les dio nunca el lujo de aparecérseles en ninguna reunión de ex alumnos. A las reuniones faltaron siempre el, Marcela Russo desde que se enamoro y se fue a vivir a Estados Unidos y Luis desde que se accidento con la moto doce años después del egreso.

Cuando Miguel se enteró lo de Luis- una tarde de jueves cuando una de sus cuñadas que había ido a Buenos Aires a hacerse unos estudios se lo comento con un tono entre tragedia y chimento – no sintió tristeza sino más bien melancolía. Entre sus recuerdos todavía estaban sus cuerpos saltando desde aquel tronco podrido al río, sus pelos rubios y los primeros tragos de licor de huevo a escondidas. Pobre Luis. Sin saberlo había sido la primera persona de quien se había enamorado. Un amor pueril, asexuado, de infancia. No pudo evitar imaginarse su cuerpo contra el asfalto y quedarse enredado en esa imagen por más de que su cuñada estuviera ya hace tiempo hablando de otra cosa.

Anibal se apareció en la galería, anunciándose con el golpe de la puerta de mosquitero que se cerraba tras de si, interrumpiendo el silencio y la limonada.

“Pero mira que nos trajo el rio!”y se acerco para darle un abrazo. “Miguel querido, como te hiciste rogar!”. Anibal era uno de los hermanos mayores, contador en el pueblo y camino a meterse en política. Prefirieron no recordar la última vez que se habían visto y en cambio hablar de cómo las cosas habían cambiado en Colon, como se habían asfaltado las calles del fondo, como habían tirado abajo la casa de las Vizzo para construir el Shopping y como los evangelistas se habían instalado en el viejo cine.

Miguel habia viajado a Buenos Aires con la idea de estudiar historia. Durante un tiempo se quedó en la casa de una hermana de su madre que vivía en un departamento en la calle Juncal. Era un tres ambientes amoblado en tonos beige. Miguel compartía el cuarto con Lautaro, un primito de cuatro años que siempre tenia mocos colgando de la nariz. La tía de Daniel trabajaba en el Banco Nación desde que su marido había fallecido de una insuficiencia cardiaca.

Miguel llegó a Buenos Aires en Febrero, a los pocos días de haber cumplido sus dieciocho. Terminaban las vacaciones de verano y la tía le había encomendado que lo llevara a Lautaro al cine de Corrientes. Se tomaron el subte y en pleno Pueyrredon y Corrientes se animo a acercarse a un puesto de diarios y admitir que estaba completamente perdido. De la mano con Lautaro, le pregunto a un hombre como llegar al cine que estaban buscando. Un hombre que pasaba justo por ahí escucho la tonada entrerriana del joven perdido y gentilmente se acerco a ayudarlo.

“Estas acá nomás, caminando son seis cuadras. A que hora tenés la función, pibe?”

“A las cinco” y agrego con cierta timidez “falta todavía, pero como no sabia como llegar, salimos con tiempo”

“Bueno… si queres, te invito a tomar un café a mi casa que vivo en el edificio de la esquina” le dijo el hombre con una voz apaciguada y de vino tinto

Miguel miro a Lautaro que todavía colgaba de su brazo, estaba con la boca abierta y los mocos colgando pero con las mirada fija en el hombre.

“El nene puede mirar los dibujitos y así no están dando vueltas por la calle” sostuvo el hombre.

“Vos queres mirar los dibujitos, Lauti? se animo a preguntar.

Caminaron hasta la esquina como el le había dicho y subieron al segundo piso por el ascensor. Lautaro miraba en silencio al hombre desconocido mientras Miguel lo observaba al pequeño y controlaba que no sacara los dedos del ascensor.

La casa del hombre era un dos ambientes apenas amueblado. Lautaro se quedo mirando la televisión en el living mientras en la cocina Miguel besaba a un hombre por primera vez. Entre sus recuerdos quedo un hombre de brazos fuertes acariciándolo con la misma sutileza con la que le pregunto si quería te o café. Miguel temblaba y reía de la excitación y del terror que le daba que el niño los encontrara. Se sintió cuidado, y querido por ese extraño que le acerco una servilleta cuando el joven virgen acabo con los pantalones puestos. Nunca había visto a nadie sonreírse con tanta dulzura.

Cuando sus hermanos se enteraron que era homosexual lo emborracharon y llevaron a los empujones a un cabaret de Gualeguaychú donde se decía que paraban las mejores mujeres. Llorando les pidió que lo dejaran en paz y humillado se tomo el primer colectivo que pudo a Buenos Aires. Nunca más volvió a Colon hasta aquella tarde veinte años después, bajo esa pérgola.

maría

lunes, 20 de julio de 2009

La carta que dejé

Sólo hay algo más extraño que morir: verse morir: y yo me vi morir.
Les cuento: estábamos frente a la entrada de la Garganta del Diablo. Él quería recorrerla conmigo; yo no quería entrar. Él decía que era una experiencia irrepetible, pero me daba miedo. Que sí, que no, que sí, que no: que sí. Ingresamos. La oscuridad anulaba los ojos, obligaba a las manos a descubrir el camino. Cada vez más encorvados, avanzábamos: debíamos aguantar el nauseabundo olor a humedad, los charcos de agua gélida bajo los pies, la impotencia provocada por la inutilidad de la vista. Necesitábamos llegar. De pronto, él encendió un fósforo: estábamos rodeados de huesos y calaveras. No sé si grité o no, pero sé que quise volver: de inmediato. Él dijo que retornar no era una posibilidad, que sólo había una salida y debíamos encontrarla: cueste lo que cueste. Seguimos. Cada cráneo, cada fémur, había pertenecido a alguien, a cualquier persona, y yo los pisaba, profundamente hasta quebrarlos, uno por uno: nunca había tenido tanto miedo. Quise volver, pero ya era tarde. Continuamos a paso lento, no sé si minutos u horas (en esos lugares el tiempo no es tiempo), hasta que divisamos una luz que se ampliaba progresivamente. Salimos. Parados sobre la diminuta cima de una montaña rocosa, el paisaje que se desnudaba ante nosotros era imponente: el ocaso anaranjado, desgarrado por nubes rosadas, envolvía decenas de cerros arcillosos. El vértigo me estremeció. Pretendí regresar, pero él se negó, dijo que era imposible, que una vez afuera no hay vuelta atrás. Penetré nuevamente en la cueva, intenté encontrar una escapatoria: en vano. Cuando anocheció, yo estaba desesperado: encerrado entre centenares de miles de hectáreas de territorio virgen. Y entonces para qué, para qué vivir estático, angustiado, sin la posibilidad de retroceder, eternamente: me arrojé al precipicio. Morí.
Mi siguiente recuerdo es mi funeral. De alguna manera, yo estaba entre algunos familiares y amigos, consciente de mi transparencia ante sus ojos. Y sólo allí supe lo que siempre había querido saber: quién iría a mi funeral y quién no, quién lloraría y quién no, por qué llorarían, por qué no, qué dirían de mí. Pero todos querían vivir esa experiencia: nadie se resistía a la Garganta del Diablo. Todos empaparon sus pies, todos aplastaron cráneos y, en un determinado momento, todos, al mismo tiempo, estuvieron en la cima, al tanto de su situación, desesperados, encerrados en libertad: y todos se tiraron. Ahora estamos de pie ante nuestras tumbas, todos invisibles, viendo nuestros funerales; y tan eternos, mucho más eternos que nosotros, el viento y la tierra, enterrándonos: como debe ser.

Nico.
Gente hermosa, cuando vi que tres de las consignas eran "autoretrato", "el día que me muera" y "la última carta", me costó creerlo. Pero la vida está llena de coincidencias (si no me creen, pregúntenle a María). Por eso acá les dejo dos cositas que no escribí para la ocasión, las escribí hace más de dos años. La segunda, ésta, es un recorte pastiche de una autobiografía que tuve que hacer para la facu. La primera es un cuento, no está escrito en primera persona, si no en ficción. Aunque, en realidad, es algo que soñé que me pasaba. Lo soñé despierto.


Autoretrato, borrador

Mi número preferido era el ocho hasta que, por elegirlo, gané un concurso que no quería ganar, y desde ese momento prefiero el siete. Un par de sandalias, un agujereado bolso verde y algunos libros, son mis tres posesiones materiales imprescindibles. No soy asmático ni alérgico, nunca me operaron, ni me fracturé, ni me cosieron puntos. Hace un par de años, durante una conversación intrascendente con una persona que califico con el mismo adjetivo, me di cuenta de que mi familia no era tan normal como yo creía. Me enorgullece haber suprimido el hábito de comer mis uñas. Mi mayor miedo son las agujas que se utilizan para inyectar sustancias o extraer sangre. Aún más que los trampolines. Sé que morir por ideas es empalagosamente romántico, pero a veces me gusta pensar en eso. Amo los adoquines. Una de mis mayores decepciones fue conocer la casa de Ana Frank. Soy transigente en las relaciones e intransigente en los debates. Creo que la mayor virtud es la sensibilidad y el peor defecto es mascar chicle con la boca abierta. Pensaba que el único destino plausible del dinero era utilizarlo en viajes, hasta que un amigo me comentó la idea de comprar todas las entradas para una función de cine, quedarse con una en la mano y tirar el resto a la basura. El día que nací me surgió la inútil habilidad de poder contar, en muy pocos segundos y con breve margen de error, la cantidad de letras que posee una palabra o una frase corta. La mayoría de mis amistades siempre fueron mujeres, la mayoría de ellas bisexuales, la mayoría de ellas excéntricas y brillantes. Un día, una amiga (que será Premio Nobel de literatura dentro de unas décadas) me comentó que, para ella, la diéresis era un recurso estéticamente emocionante. En ese momento, por alguna causa que desconozco, sentí que no estaba solo. Tengo varios tics que nadie conoce y jamás diré cuáles son. Logro alcanzar un instante de felicidad absoluta cuando saboreo un pedazo de torta de chocolate preparada por mi abuela o cuando cruzo a pie esquinas diagonales.

Nico.

La procesion

"todo blanco, todo negro, todo de varios colores...
no me mates con tus cuernos, matame con tus amores"
-Copla anónima-


Algunos llegaban en una guagua cargada de bartulos en el techo, abriendo camino entre colinas de polvo suelto. Otros llegaban luego de cuatro dias, al paso, con su virgencita al hombro y haciebdo sonar bombas que iban anunciando, como anuncia el trueno la tormenta, su llegada.
Casavindo es tierra perdida a 4800 mts en el altiplano jujeño que aparece como quimera los catorce de agosto. Llegan carros, puestos ambulantes, contingentes de turistas escandinavos, flashes y tripodes, creyentes y borrachos para sitiar todos ellos la plaza en donde se despliega el toreo de la vincha.
Una iglesia-chiquita, de adobe. De altar de madera tallada y un cura de tonada norteña y sermones que alcanzan hasta a los mas ateos tambien presentes- se llena de virgenictas que vienen llegando de todos los parajes en sus casitas de madera y que saldran a relucir por la plaza cuando suenen las doce. Los siris y los cuartos de cordero bailan la vispera al ritmo de una caja y un par de herques mientras la iglesia y las miles de llamas epilepticas que la iluminan esperan a los que vienen caminando.
Una mujer degolla un chivo que queda colgando de patas y gotenado en un balde de plastico. La imagen queda de fondo y dos niños me enseñan sus coplas. Un grupo de joven sale de un rancho, tambien de adobe, con collares de guirnaldas y el paso entorpecido por los litros de vino y aguardiente que vienen cargando hace ya algunos dias. Uno de ellos carga un trofeo de tergopol y plastico pintado de oro encintado de guirnaldas como ellos. Trofeo que, segun dicen, van a salir a defender en la arena ante multitudes y un toro asesino, al que no le temen por encomendarse a la virgen.
Suenan las doce y la iglesia va vomitando las vírgenes cubiertas de coloridas flores de plastico. Un rio de gente en esa tierra seca que el sol raja, como raja tambien los labios. Son dos dias al año que casavindo se vuelve visible. Su festa resulta de esa mezcla de polvo, de virgenes, de alcohol y guirnaldas. Un pueblito olvidado que por estar a 4800 mts de altura esta mas cerca del cielo. El 15 se juntan los toldos y se rematan las últimas empanadas. Los últimos carros y colectivos rifan a los gritos y con el motor encendido, sus últimos lugares. El sol ya no pica y un hombre detras de una cortina de polvo toca chacareras con un bandoneon. Las guagas atraviesan las colinas de polvo suelto que vuelven a enterrar a Casavindo hasta el proximo año.

maría

sábado, 18 de julio de 2009

LA ULTIMA CARTA_ Borrador

¿Qué será de ella? Hoy se cumplen treinta y tres años del día en que recibí su última carta. Nunca le contesté. Eso es algo que no logro sacarme de la cabeza, de las víceras, de cada milímetro de mi piel. Fueron muchas las cartas que dejé sin respuesta. Ella me necesitaba y yo no me di cuenta, o sí, y no pude con ello. En ese momento, yo estaba demasiado bien en el mundo en que vivía, enamorada de Diego. ¡Cómo poder entenderla entonces! Habíamos sido carne y uña, amigas inseparables, incondicionales. Yo le contaba todo y ella me escuchaba, comprendía, aceptaba. ¡Cómo fue que no me di cuenta! Ella nunca pedía nada,estaba, acompañaba...Hasta que llegó él y me enamoré. Desde ese momento ella se fue apagando, alejando lentamente,sin reproches, sin demandas. Cuando decidió irse a vivir a Tucumán una parte de mi se fue con ella- "ESCRIBIME! le supliqué entre lágrimas, y me escribió. No pude soportar su declaración, su dolor por no poder tenerme como ella me necesitaba. Fue mucho para mí, y nunca le contesaté.
La última vez que me escribió estaba en peligro, me anunciaba que no sabía cual sería su próximo domicilio. Un frío recorrió toda mi columna. Necesitaba tenerla cerca, abrazarla, protegerla... Qué ironía, cuando quise contestarle, correr hacia ella, no tenía dónde encontrarla...
Desde ese día te siento más carne mía que nunca. Nadie supo más de vos.
¿Vivirás? ¿Encontrarán tus huesos algún día? ¿Habrá volado tu cuerpo aún con vida en alguno de aquellos terribles vuelos de la muerte?
Nunca nadie me amó tanto...Y yo, nunca le contesté.
ALICIA

viernes, 17 de julio de 2009

autoretrato, borrador

Una vez un hombre que vendía panchos me dijo"sirvase caballero" cuando me dio el vuelto. Se corrigió inmediatamente pero ya lo habia dicho. Mido un metro ochenta y tengo el pelo cortito. No me maquillo, no uso aros ni anillos pero tengo voz de pito y un par de tetas grandes que tardaron en crecerme. La uña del dedo chiquito del pie me crece para arriba como una navaja. A veces cuando uso zapatos y tengo las uñas largas, la navaja me atraviesa la piel del dedo de al lado -el anular sería, aunque no se si el termino aplica para los dedos del pie-
Será quizas por eso que ando siempre en patas, aunque soy mas bien de la idea de que no hay placer mas grande que sentir todos los puntos de apoyo y el contacto con el material de turno que hace de suelo.
Me refugio en el rincon de la cocina, ahi donde el ventanal y la estufa se encuentran para hacer de aquel hueco mi hueco. En ese rincon, con la espalda contra el fuego, lloro.
Me enamora la gente. me enamoran las historias y las arrugas cuando se nota en los ojos que las han vivido. No soy amiga de los perros, prefiero los gatos. Disfruto mucho ver a las personas concentradas tratando de descifrar algun mecanismo o descubrir a mi hermana juana bailando cuando cree que nadie la ve. Soy de las que siempre piden los mismos gustos de helado pero de las que inventan recetas mezclando especias, agregandole a todo curry, pedacitos de gengibre y unas gotitas de miel. Mi celular nunca tiene crédito ni mi auto nafta. . Cuando viajo en avion se me tapan los oidos y a veces se me acalambra un pie cuando hago el amor. Los momentos mas felices de mi vida los recuerdo de viaje, recorriendo mercados y perdiendome deliberadamente por calles adoquinadas. Tengo el poder de la telepatia y me persiguen las coincidencias.

maría

jueves, 16 de julio de 2009

El día en que me muera.

Será un día como todos. Bajo el mismo techo del resto de mi vida, decidiré sucumbir voluntariamente, escapando al designio de La Santísima Muerte. Si nadie hubo escrito las huellas de mi pasado, si había logrado el anhelo de la libertad, cómo permitiría ser decapitado por la hoz de La Parca.

Finalmente, con la jovialidad que había forjado día a día, sintiendo los olores del subte viejo, con ese azufre impregnado en la tez; oyendo coloridos sonidos de música balcánica, y sumergido en la hermosa contradicción del escepticismo y la esperanza, me retiraré del universo terrenal deseándole armonía, pero también caos. Armonía para evitar el sometimiento de aquellos soñadores culpables, y caos para que nadie caiga en el escepticismo de los inocentes.

Por fin, me despediré deseando la trascendencia, y maldiciendo el desarraigo. Por fin me iré, preguntándome cómo se me pasó tan rápido.

Franco.

La última carta + Autorretrato

Chica de juegos, dice cuando me siento. Siempre, le respondo con media sonrisa y ojos de puta. Mezclan la baraja. Dan. En el reparto me toca un comodín. Euforia, alegría, confianza. Pero que no se me note. Juego. Apuesto, no mucho, que no se den cuenta que puedo ganar. Otra vez dan. En el reparto me vuelve a tocar un comodín. Seguridad, plenitud, festejo. Con estas cartas no puedo perder. Al rato nomas me doy cuenta que tampoco puedo ganar. Con estas cartas es imposible armar un juego. No puedo, no quiero terminar de creer que siempre es así. Me cambia la suerte y ya no hay ni euforia, ni alegría, ni seguridad, ni confianza, ni festejo. Pierdo, pierdo, pierdo, desespero. Entonces vuelven a dar. En el reparto me toca una última carta. Convencimiento. Con esta gano. Lo que sea que tenga por ganar, con esta última carta lo gano. Pero no pienso usarla. No por temor. Por esperanza.

V

Ruta

Amadeo para la camioneta y el sinfín de autos que vienen atrás le pasan por al lado y lo regan de puteadas. Un pelado en una moto alarga todo su brazo para dejarle un gesto obsceno antes de salir a mil. Amadeo no da bolilla. El mundo a su alrededor gritón y en éxtasis no se compara al suyo. Allá afuera los problemas no existen. Amadeo tiene 65 años y este es su último viaje antes de jubilarse. Por primera vez en 40 años va a parar su camioneta para siempre. Esta mañana, antes de partir para la ruta 40, Roberto le dejo en la oficina la carta documento. Lo intimaban a abandonar el trabajo. Amadeo hizo con la carta lo mismo que con todas las otras cosas. Se la guardó en el bolsillo interno de la campera, se acomodó la boina y se fue. No se lo dijo a nadie. Ni siquiera a su hija Rita, cuando lo llamó para contarle lo de su marido. A él también lo habían dejado sin trabajo. Otra vez. Amadeo subió a la camioneta con el cargamento listo y partió. No hubo bocinazo de despedida. No quiso saludar.
Llegó a la autopista casi sin nafta. El botón rojo que titilaba histérico no logró llamarle la atención. Amadeo paró porque no le quedó otra. De ser por él hubiera seguido. Pancho apareció de atrás del guardarras. Todo cubierto de mugre, negro de los pies a la punta de la cabeza. Blancos sus dientes perfectos. La boca abierta mostrándolos todos como si mascara un chicle enorme. Amadeo que se había prendido un cigarrillo lo vio venir por el espejo retrovisor y se rio. Le vomitó una carcajada gigante en la cara, sin razón, sin saber por qué, Amadeo se rió de Pancho. Estrepitosamente. Pancho se colgó de la ventana y lo increpó: _ ¿De qué te reís viejo puto?. Dame la guita, la camioneta y rajá. Amadeo se calló del susto, lo miró boquiabierto...
Continuará?

V
El dia que me muera mi vieja va a llorar. Siempre llora. Debe ser de las personas que mas vi llorara en mi vida. Mi viejo, en cambio, se va a quedar callado, y despues de un rato se va a acercar a la vieja, la va a abrazar, se va a desarmar en sus brazos para que solo ella se entere, le va a besar los ojos y le va a decir algo en el oido que la va a hacer reir. Y entonces, su risa y su llanto van a quedar mezclados entre mocos y narices rojas.
El dia que me muera me voy a dar cuenta que ni el cielo ni el infierno existen y que eran solo ideas marketineras que sobreexplotaron Walt Disney y la inquisidora iglesia. El dia que me muera en cambio, voy a atravesar las barreras del tiempo y voy a entrar en otra dimension desde la cual pueda hacerles entender a todos los mios a la misma vez que en verdad la pasé muy bien.
El dia que me muera voy a haber comprado flores y frutas para el desayuno, no porque lo hubiera preparado de antemano sino de pura casualidad -como todo lo que me ha ido pasando en la vida-

maría

CONSIGNAS

Y si, resulto jueves y entonces nos juntamos. Hicimos papelitos, sorteo de consignas y escribimos un poco. Entre las que salieron:

El dia que me muera
Ruta
la ultima carta+autoretrarto ( los mas osados combinaron consigna)

y quedaron algunas en el tintero:
La procesion
Laberinto
Invasion
Gatos
Un lugar lejano

besos de papel maché


ruta

Redujo la velocidad y tiró el auto a la banquina. Con las manos todavia en el volante apoyo su frente sobre ellas y sin abrir los ojos se dijo "que carajo estoy haciendo". Soltó el volante con rechazo apagó el auto y con ello calló la música. Se recosto en el asiento y con una mano se cubrió la cara. Suspiró con fuerza, tratando de que el aire pudiera sortear el nudo que se le habia hecho la garganta. Abrió una de las puertas y sin mirar hacia ningun lado, se alejo del auto por la misma ruta y en direccion al sol. A los costados, desiertos de girasoles ya amarronados y cabizbajos esperando ser cosechados. Camino unos pocos minutos sobre el enmudecido asfalto con el viento en la cara y volvió al auto. Se apoyó sobre el capot todavia caliente y se prendio un cigarrillo. Un mar de pajaros negros voló sobre su cabeza y ella sonrio. Observo el papel de cigarrillo quemandose y la ceniza equilibrista resistiendo la caida. Una última pitada y volvio a su bitaca. Acomodó el espejo que la miró a los ojos, dió vuelta la llave y arrancó.


maría

domingo, 12 de julio de 2009

La Bele

La Belle Epoque es el emblema de los pocos caraqueños desvelados a los que no nos gusta pasar las noches bailando merengue entre multitudes traspiradas que toman un ron que parece gasolina. En la Bele, como la llamamos quienes le tenemos cariño, las noches siempre fluctúan entre ojos rojos y dientes violetas, entre hombres tetones y mujeres peludas. La Bele tiene tres ambientes: en el principal siempre hay bandas en vivo, lo mismo punk o música celta, en el de al lado hay una barra y pasan electrónica toda la noche, y como puente entre ambos, un espacio tapizado con alfombras rojas, lleno de puffs, y un proyector que vomita toda la madrugada, sin interrupciones, imágenes inclasificables. En la Bele hay poca luz, mucho humo. Hay un chico con una falda negra de cuero. Una chica que baila desenfrenada con un billete colgando de la nariz. Somos la más destruida de las sectas, el hoyo negro de la noche tropical. Somos los inconformistas, los que creemos que lo raro es lo bueno, los que alabamos el kitsch, los que nos sentimos magnetizados por el vértigo de caminar por el borde. Somos todo eso hasta el día en que al Banco Santander se le ocurre abrir una nueva sucursal y entonces todo se desvanece fugazmente como el humo de nuestros cigarros.
-hasta que tengamos un manifiesto que reemplace esta entrada-

sin intentar reemplazar los vinos, los mates ni los amaneceres...
abrimos esta tierra de nadie para que se llene de letras, y que con sus letras se llene de ideas,
y con sus ideas se nos llenen los zapatos (como se llenan de arena).

Para los domingos una consigna que sea un empujon de hamaca, y para el resto de la semana un desayuno en la cama de palabras tejidas desde donde quiera que estemos.