Algunos llegaban en una guagua cargada de bartulos en el techo, abriendo camino entre colinas de polvo suelto. Otros llegaban luego de cuatro dias, al paso, con su virgencita al hombro y haciebdo sonar bombas que iban anunciando, como anuncia el trueno la tormenta, su llegada.
Casavindo es tierra perdida a 4800 mts en el altiplano jujeño que aparece como quimera los catorce de agosto. Llegan carros, puestos ambulantes, contingentes de turistas escandinavos, flashes y tripodes, creyentes y borrachos para sitiar todos ellos la plaza en donde se despliega el toreo de la vincha.
Una iglesia-chiquita, de adobe. De altar de madera tallada y un cura de tonada norteña y sermones que alcanzan hasta a los mas ateos tambien presentes- se llena de virgenictas que vienen llegando de todos los parajes en sus casitas de madera y que saldran a relucir por la plaza cuando suenen las doce. Los siris y los cuartos de cordero bailan la vispera al ritmo de una caja y un par de herques mientras la iglesia y las miles de llamas epilepticas que la iluminan esperan a los que vienen caminando.
Una mujer degolla un chivo que queda colgando de patas y gotenado en un balde de plastico. La imagen queda de fondo y dos niños me enseñan sus coplas. Un grupo de joven sale de un rancho, tambien de adobe, con collares de guirnaldas y el paso entorpecido por los litros de vino y aguardiente que vienen cargando hace ya algunos dias. Uno de ellos carga un trofeo de tergopol y plastico pintado de oro encintado de guirnaldas como ellos. Trofeo que, segun dicen, van a salir a defender en la arena ante multitudes y un toro asesino, al que no le temen por encomendarse a la virgen.
Suenan las doce y la iglesia va vomitando las vírgenes cubiertas de coloridas flores de plastico. Un rio de gente en esa tierra seca que el sol raja, como raja tambien los labios. Son dos dias al año que casavindo se vuelve visible. Su festa resulta de esa mezcla de polvo, de virgenes, de alcohol y guirnaldas. Un pueblito olvidado que por estar a 4800 mts de altura esta mas cerca del cielo. El 15 se juntan los toldos y se rematan las últimas empanadas. Los últimos carros y colectivos rifan a los gritos y con el motor encendido, sus últimos lugares. El sol ya no pica y un hombre detras de una cortina de polvo toca chacareras con un bandoneon. Las guagas atraviesan las colinas de polvo suelto que vuelven a enterrar a Casavindo hasta el proximo año.
maría
No hay comentarios:
Publicar un comentario