Fue entonces cuando entre Juramento y congreso de Tucumán se detuvo, deteniéndose con ello las imágenes de caños y paredes barridas detrás de la ventana, el chirrido de sus rieles, el aire y hasta podríamos decir, que por un segundo se detuvo el tiempo.
Ellos prisioneros bajo tierra entre desconocidos que mantenían la mirada fija en el suelo. El joven de auriculares dobla y desdobla la bufanda cuadrille que tiene en sus manos. La mujer de enfrente mira por encima de su hombro hacia atrás buscando una respuesta o algún tipo de complicidad con alguno de los otros pasajeros. Un hombre infla los cachetes y exhala pronunciadamente mientras da vuelta la página del diario que le entregaron gratis al subir.
El aire se siente más pesado y pegajoso. El silencio permite escuchar la incandescencia de las lámparas y los motores de ventilación. La mujer-que-mira-por-sobre-el-hombro, sentada en ángulo de noventa grados, se impacienta e inicia un rebote de ambos tacos de sus zapatos en simultáneo contra el piso, sin por ello perder su postura perfecta y las manos posadas sobre la cartera que posa sobre su falda. El joven de auriculares en trance no deja de doblar y desdoblar su bufanda cuadrille. Una niña de pollera y medias can-can libera una batalla campal con su grotesca campera rosa que la tiene atrapada sin poder sacar a flote la cabeza por sobre el cierre subido hasta el tope. Balancea las piernas que no alcanzan el suelo y de tanto en tanto mira de reojo a su madre que revisa su agenda.
La mujer-que-mira-por-sobre-el-hombro bucea en su cartera en búsqueda de alguna pastilla mientras piensa que hubiera tenido que bajarse en Juramento y caminar unas cuadras, hubiera llegado tanto antes.
Pasa uno de no más de diez dejando sobre las piernas de los pasajeros unas tarjetas de ositos de anime chino, corazones y frases de amor (quizás no se entero que el servicio esta parado) Algunos apresurados le muestran la palma de la mano en leve movimiento hacia un y otro costado, labios apretados, media sonrisa y ojos apenas entrecerrados: inconfundible gesto que en el lenguaje de servicios de transporte publico, útil también dentro de los coches frenados en los semáforos reemplaza al“noo, gracias pibe, me bajo en la próxima, ni me toques, deja”. Otros en cambio son abruptamente sorprendidos con la guardia baja por la tarjeta que los toca. De estos últimos están los que, incómodos por la situación apoyan con cuidado la tarjetita en el espacio de butaca vacío que tienen al lado y los que la toman,la miran de un lado y del otro, aprovechan a leerla para sus adentros y se sonríen sabiendo que nunca dirían semejante frase- les resulta sumamente empalagosa, claro, tanto que se vuelve kitsch y entonces quizás si.
La mujer-que-mira-por-sobre-el-hombro vuelve a extender el bollito en que devino el envoltorio de su pastilla y ahora comienza a doblarlo en diagonal formando triángulos cada vez mas pequeños.
El hombre de la exhalación pronunciada sostiene con su axila el diario que ya terminó o se aburrió de leer y ahora, tras haber agotado las publicidades y carteles con instrucciones para en caso de emergencia, lee y relee los nombres de las estaciones de la línea d.
La niña sigue disputándole el cuello a la campera y el joven de los auriculares sostiene la bufanda doblada en una de sus manos y cuelga con la otra de una de las argollas que penden inmóviles del techo. Meciéndose apenas cierra los ojos con intención de dormir y apoya en su antebrazo su perfil derecho.
De un tiron y sin demasiadas explicaciones vuelve a moverse. Una voz sensual e impostada de mujer anuncia el final del recorrido. Se abren las puertas y los pasajeros nos apresuramos a bajar.
El de no mas de diez vuelve a recorrer el vagón vacío y junta las tarjetitas que quedaron prolijamente apoyadas sobre las butacas. Otros suben, se acomodan y entonces vuelve a salir.
maría
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