Finalmente, con la jovialidad que había forjado día a día, sintiendo los olores del subte viejo, con ese azufre impregnado en la tez; oyendo coloridos sonidos de música balcánica, y sumergido en la hermosa contradicción del escepticismo y la esperanza, me retiraré del universo terrenal deseándole armonía, pero también caos. Armonía para evitar el sometimiento de aquellos soñadores culpables, y caos para que nadie caiga en el escepticismo de los inocentes.
Por fin, me despediré deseando la trascendencia, y maldiciendo el desarraigo. Por fin me iré, preguntándome cómo se me pasó tan rápido.
Franco.
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