Pasó lo mismo, exactamente lo mismo que la vez pasada. Casualidad, causalidad, lo que sea: nuevamente, una de las consignas (la esperanza) cayó como anillo al dedo en algo que escribí hace ya mucho, mucho tiempo. Acá se los dejo.
Una niña de siete años, con sus manos rajadas y la frente desteñida por el sudor, está acostada en el medio de una calle de tierra. Es de noche y todo el pueblo parece congelado, inerte. Y ella está ahí, sola, callada, mirando las estrellas: las miles de estrellas que se descubren cuando no hay luz y se tiene siete años. Su hermano, dos años mayor, se acerca, la observa y se acomoda junto a ella, en la misma posición. Se toman de la mano y permanecen mudos durante varios minutos.
– ¿Cuánto se tarda en llegar hasta allá? – pregunta la niña, mientras apunta con el índice hacia su estrella preferida.
– Un día luz – responde su hermano, y le besa la frente.
¿Saben ustedes cuánta esperanza cabe en un día luz?
jueves, 30 de julio de 2009
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