viernes, 31 de julio de 2009
Va de la mano por las calles leyendo los carteles de las fruterias y recolectando objetos que no flotan para meterlos en la pecera de su casa. Es la encargada de que sus peces no pierdan la ilusion de creer que siguen descubriendo tesoros bajo su diminuto mar.
Guillermina se queda dormida abajo de las mesas de los restaurantes desde donde observa tacos y mocacines hablando de guerras y cotizaciones.
Guillermina se angustia desde que descubrió que su sombra la abandona todos los dias al mediodía. Solo por eso acepta dormir la siesta, el arenero no tiene la misma gracia sin la compañía de su sombra. Guillermina no tiene hermanos pero tiene un abuelo que come helado y le da comer a las gaviotas en el aire.
maría
Hormigon
maría
jueves, 30 de julio de 2009
Estrellas
Una niña de siete años, con sus manos rajadas y la frente desteñida por el sudor, está acostada en el medio de una calle de tierra. Es de noche y todo el pueblo parece congelado, inerte. Y ella está ahí, sola, callada, mirando las estrellas: las miles de estrellas que se descubren cuando no hay luz y se tiene siete años. Su hermano, dos años mayor, se acerca, la observa y se acomoda junto a ella, en la misma posición. Se toman de la mano y permanecen mudos durante varios minutos.
– ¿Cuánto se tarda en llegar hasta allá? – pregunta la niña, mientras apunta con el índice hacia su estrella preferida.
– Un día luz – responde su hermano, y le besa la frente.
¿Saben ustedes cuánta esperanza cabe en un día luz?
miércoles, 29 de julio de 2009
Fue entonces cuando entre Juramento y congreso de Tucumán se detuvo, deteniéndose con ello las imágenes de caños y paredes barridas detrás de la ventana, el chirrido de sus rieles, el aire y hasta podríamos decir, que por un segundo se detuvo el tiempo.
Ellos prisioneros bajo tierra entre desconocidos que mantenían la mirada fija en el suelo. El joven de auriculares dobla y desdobla la bufanda cuadrille que tiene en sus manos. La mujer de enfrente mira por encima de su hombro hacia atrás buscando una respuesta o algún tipo de complicidad con alguno de los otros pasajeros. Un hombre infla los cachetes y exhala pronunciadamente mientras da vuelta la página del diario que le entregaron gratis al subir.
El aire se siente más pesado y pegajoso. El silencio permite escuchar la incandescencia de las lámparas y los motores de ventilación. La mujer-que-mira-por-sobre-el-hombro, sentada en ángulo de noventa grados, se impacienta e inicia un rebote de ambos tacos de sus zapatos en simultáneo contra el piso, sin por ello perder su postura perfecta y las manos posadas sobre la cartera que posa sobre su falda. El joven de auriculares en trance no deja de doblar y desdoblar su bufanda cuadrille. Una niña de pollera y medias can-can libera una batalla campal con su grotesca campera rosa que la tiene atrapada sin poder sacar a flote la cabeza por sobre el cierre subido hasta el tope. Balancea las piernas que no alcanzan el suelo y de tanto en tanto mira de reojo a su madre que revisa su agenda.
La mujer-que-mira-por-sobre-el-hombro bucea en su cartera en búsqueda de alguna pastilla mientras piensa que hubiera tenido que bajarse en Juramento y caminar unas cuadras, hubiera llegado tanto antes.
Pasa uno de no más de diez dejando sobre las piernas de los pasajeros unas tarjetas de ositos de anime chino, corazones y frases de amor (quizás no se entero que el servicio esta parado) Algunos apresurados le muestran la palma de la mano en leve movimiento hacia un y otro costado, labios apretados, media sonrisa y ojos apenas entrecerrados: inconfundible gesto que en el lenguaje de servicios de transporte publico, útil también dentro de los coches frenados en los semáforos reemplaza al“noo, gracias pibe, me bajo en la próxima, ni me toques, deja”. Otros en cambio son abruptamente sorprendidos con la guardia baja por la tarjeta que los toca. De estos últimos están los que, incómodos por la situación apoyan con cuidado la tarjetita en el espacio de butaca vacío que tienen al lado y los que la toman,la miran de un lado y del otro, aprovechan a leerla para sus adentros y se sonríen sabiendo que nunca dirían semejante frase- les resulta sumamente empalagosa, claro, tanto que se vuelve kitsch y entonces quizás si.
La mujer-que-mira-por-sobre-el-hombro vuelve a extender el bollito en que devino el envoltorio de su pastilla y ahora comienza a doblarlo en diagonal formando triángulos cada vez mas pequeños.
El hombre de la exhalación pronunciada sostiene con su axila el diario que ya terminó o se aburrió de leer y ahora, tras haber agotado las publicidades y carteles con instrucciones para en caso de emergencia, lee y relee los nombres de las estaciones de la línea d.
La niña sigue disputándole el cuello a la campera y el joven de los auriculares sostiene la bufanda doblada en una de sus manos y cuelga con la otra de una de las argollas que penden inmóviles del techo. Meciéndose apenas cierra los ojos con intención de dormir y apoya en su antebrazo su perfil derecho.
De un tiron y sin demasiadas explicaciones vuelve a moverse. Una voz sensual e impostada de mujer anuncia el final del recorrido. Se abren las puertas y los pasajeros nos apresuramos a bajar.
El de no mas de diez vuelve a recorrer el vagón vacío y junta las tarjetitas que quedaron prolijamente apoyadas sobre las butacas. Otros suben, se acomodan y entonces vuelve a salir.
maría
sábado, 25 de julio de 2009
texto de sara
jueves, 23 de julio de 2009
En la cama
Vale
maría
CONSIGNAS para pasar el invierno
y vos Nico con sanadalias.
Consignas que circulan por ahi
hormigon
nubes
la espera
espero leerlos pronto
martes, 21 de julio de 2009
Miguel había crecido entre las palmeras y el remanso del rió Uruguay, en una casa de paredes anchas de adobe y largos pasillos que no llegaba a calentarse en invierno pero garantizaba una fresca siesta en verano. Habían pasado veinte años desde la última vez que había estado en ese patio, bajo esa pérgola. Su hermana Malvina le ofreció un vaso de limonada con hielo.
“Pensé que ibas a venir cuando murió el viejo, la vieja te estuvo esperando” le dijo con voz de reclamo pero sin mirarlo.
“Bueno, acá me tenés” le contesto el y se tomo un trago de limonada.
“Si. Es una pena que no llegaras antes…”
Undécimo hijo de trece, Miguel había crecido entre hermanas que le hacían los ruedos a los pantalones que heredaba de sus hermanos mayores. Compartía el cuarto con dos de ellos y leía escondido a Faulkner.
Siempre había sido el cómico de la familia, también de la escuela. Los de la normal siempre lo recordaron por sus imitaciones de chirolita, aunque el no les dio nunca el lujo de aparecérseles en ninguna reunión de ex alumnos. A las reuniones faltaron siempre el, Marcela Russo desde que se enamoro y se fue a vivir a Estados Unidos y Luis desde que se accidento con la moto doce años después del egreso.
Cuando Miguel se enteró lo de Luis- una tarde de jueves cuando una de sus cuñadas que había ido a Buenos Aires a hacerse unos estudios se lo comento con un tono entre tragedia y chimento – no sintió tristeza sino más bien melancolía. Entre sus recuerdos todavía estaban sus cuerpos saltando desde aquel tronco podrido al río, sus pelos rubios y los primeros tragos de licor de huevo a escondidas. Pobre Luis. Sin saberlo había sido la primera persona de quien se había enamorado. Un amor pueril, asexuado, de infancia. No pudo evitar imaginarse su cuerpo contra el asfalto y quedarse enredado en esa imagen por más de que su cuñada estuviera ya hace tiempo hablando de otra cosa.
Anibal se apareció en la galería, anunciándose con el golpe de la puerta de mosquitero que se cerraba tras de si, interrumpiendo el silencio y la limonada.
“Pero mira que nos trajo el rio!”y se acerco para darle un abrazo. “Miguel querido, como te hiciste rogar!”. Anibal era uno de los hermanos mayores, contador en el pueblo y camino a meterse en política. Prefirieron no recordar la última vez que se habían visto y en cambio hablar de cómo las cosas habían cambiado en Colon, como se habían asfaltado las calles del fondo, como habían tirado abajo la casa de las Vizzo para construir el Shopping y como los evangelistas se habían instalado en el viejo cine.
Miguel habia viajado a Buenos Aires con la idea de estudiar historia. Durante un tiempo se quedó en la casa de una hermana de su madre que vivía en un departamento en la calle Juncal. Era un tres ambientes amoblado en tonos beige. Miguel compartía el cuarto con Lautaro, un primito de cuatro años que siempre tenia mocos colgando de la nariz. La tía de Daniel trabajaba en el Banco Nación desde que su marido había fallecido de una insuficiencia cardiaca.
Miguel llegó a Buenos Aires en Febrero, a los pocos días de haber cumplido sus dieciocho. Terminaban las vacaciones de verano y la tía le había encomendado que lo llevara a Lautaro al cine de Corrientes. Se tomaron el subte y en pleno Pueyrredon y Corrientes se animo a acercarse a un puesto de diarios y admitir que estaba completamente perdido. De la mano con Lautaro, le pregunto a un hombre como llegar al cine que estaban buscando. Un hombre que pasaba justo por ahí escucho la tonada entrerriana del joven perdido y gentilmente se acerco a ayudarlo.
“Estas acá nomás, caminando son seis cuadras. A que hora tenés la función, pibe?”
“A las cinco” y agrego con cierta timidez “falta todavía, pero como no sabia como llegar, salimos con tiempo”
“Bueno… si queres, te invito a tomar un café a mi casa que vivo en el edificio de la esquina” le dijo el hombre con una voz apaciguada y de vino tinto
Miguel miro a Lautaro que todavía colgaba de su brazo, estaba con la boca abierta y los mocos colgando pero con las mirada fija en el hombre.
“El nene puede mirar los dibujitos y así no están dando vueltas por la calle” sostuvo el hombre.
“Vos queres mirar los dibujitos, Lauti? se animo a preguntar.
Caminaron hasta la esquina como el le había dicho y subieron al segundo piso por el ascensor. Lautaro miraba en silencio al hombre desconocido mientras Miguel lo observaba al pequeño y controlaba que no sacara los dedos del ascensor.
La casa del hombre era un dos ambientes apenas amueblado. Lautaro se quedo mirando la televisión en el living mientras en la cocina Miguel besaba a un hombre por primera vez. Entre sus recuerdos quedo un hombre de brazos fuertes acariciándolo con la misma sutileza con la que le pregunto si quería te o café. Miguel temblaba y reía de la excitación y del terror que le daba que el niño los encontrara. Se sintió cuidado, y querido por ese extraño que le acerco una servilleta cuando el joven virgen acabo con los pantalones puestos. Nunca había visto a nadie sonreírse con tanta dulzura.
Cuando sus hermanos se enteraron que era homosexual lo emborracharon y llevaron a los empujones a un cabaret de Gualeguaychú donde se decía que paraban las mejores mujeres. Llorando les pidió que lo dejaran en paz y humillado se tomo el primer colectivo que pudo a Buenos Aires. Nunca más volvió a Colon hasta aquella tarde veinte años después, bajo esa pérgola.
maría
lunes, 20 de julio de 2009
Sólo hay algo más extraño que morir: verse morir: y yo me vi morir.
Les cuento: estábamos frente a la entrada de la Garganta del Diablo. Él quería recorrerla conmigo; yo no quería entrar. Él decía que era una experiencia irrepetible, pero me daba miedo. Que sí, que no, que sí, que no: que sí. Ingresamos. La oscuridad anulaba los ojos, obligaba a las manos a descubrir el camino. Cada vez más encorvados, avanzábamos: debíamos aguantar el nauseabundo olor a humedad, los charcos de agua gélida bajo los pies, la impotencia provocada por la inutilidad de la vista. Necesitábamos llegar. De pronto, él encendió un fósforo: estábamos rodeados de huesos y calaveras. No sé si grité o no, pero sé que quise volver: de inmediato. Él dijo que retornar no era una posibilidad, que sólo había una salida y debíamos encontrarla: cueste lo que cueste. Seguimos. Cada cráneo, cada fémur, había pertenecido a alguien, a cualquier persona, y yo los pisaba, profundamente hasta quebrarlos, uno por uno: nunca había tenido tanto miedo. Quise volver, pero ya era tarde. Continuamos a paso lento, no sé si minutos u horas (en esos lugares el tiempo no es tiempo), hasta que divisamos una luz que se ampliaba progresivamente. Salimos. Parados sobre la diminuta cima de una montaña rocosa, el paisaje que se desnudaba ante nosotros era imponente: el ocaso anaranjado, desgarrado por nubes rosadas, envolvía decenas de cerros arcillosos. El vértigo me estremeció. Pretendí regresar, pero él se negó, dijo que era imposible, que una vez afuera no hay vuelta atrás. Penetré nuevamente en la cueva, intenté encontrar una escapatoria: en vano. Cuando anocheció, yo estaba desesperado: encerrado entre centenares de miles de hectáreas de territorio virgen. Y entonces para qué, para qué vivir estático, angustiado, sin la posibilidad de retroceder, eternamente: me arrojé al precipicio. Morí.
Mi siguiente recuerdo es mi funeral. De alguna manera, yo estaba entre algunos familiares y amigos, consciente de mi transparencia ante sus ojos. Y sólo allí supe lo que siempre había querido saber: quién iría a mi funeral y quién no, quién lloraría y quién no, por qué llorarían, por qué no, qué dirían de mí. Pero todos querían vivir esa experiencia: nadie se resistía a la Garganta del Diablo. Todos empaparon sus pies, todos aplastaron cráneos y, en un determinado momento, todos, al mismo tiempo, estuvieron en la cima, al tanto de su situación, desesperados, encerrados en libertad: y todos se tiraron. Ahora estamos de pie ante nuestras tumbas, todos invisibles, viendo nuestros funerales; y tan eternos, mucho más eternos que nosotros, el viento y la tierra, enterrándonos: como debe ser.
Nico.
Autoretrato, borrador
Mi número preferido era el ocho hasta que, por elegirlo, gané un concurso que no quería ganar, y desde ese momento prefiero el siete. Un par de sandalias, un agujereado bolso verde y algunos libros, son mis tres posesiones materiales imprescindibles. No soy asmático ni alérgico, nunca me operaron, ni me fracturé, ni me cosieron puntos. Hace un par de años, durante una conversación intrascendente con una persona que califico con el mismo adjetivo, me di cuenta de que mi familia no era tan normal como yo creía. Me enorgullece haber suprimido el hábito de comer mis uñas. Mi mayor miedo son las agujas que se utilizan para inyectar sustancias o extraer sangre. Aún más que los trampolines. Sé que morir por ideas es empalagosamente romántico, pero a veces me gusta pensar en eso. Amo los adoquines. Una de mis mayores decepciones fue conocer la casa de Ana Frank. Soy transigente en las relaciones e intransigente en los debates. Creo que la mayor virtud es la sensibilidad y el peor defecto es mascar chicle con la boca abierta. Pensaba que el único destino plausible del dinero era utilizarlo en viajes, hasta que un amigo me comentó la idea de comprar todas las entradas para una función de cine, quedarse con una en la mano y tirar el resto a la basura. El día que nací me surgió la inútil habilidad de poder contar, en muy pocos segundos y con breve margen de error, la cantidad de letras que posee una palabra o una frase corta. La mayoría de mis amistades siempre fueron mujeres, la mayoría de ellas bisexuales, la mayoría de ellas excéntricas y brillantes. Un día, una amiga (que será Premio Nobel de literatura dentro de unas décadas) me comentó que, para ella, la diéresis era un recurso estéticamente emocionante. En ese momento, por alguna causa que desconozco, sentí que no estaba solo. Tengo varios tics que nadie conoce y jamás diré cuáles son. Logro alcanzar un instante de felicidad absoluta cuando saboreo un pedazo de torta de chocolate preparada por mi abuela o cuando cruzo a pie esquinas diagonales.
Nico.
La procesion
Algunos llegaban en una guagua cargada de bartulos en el techo, abriendo camino entre colinas de polvo suelto. Otros llegaban luego de cuatro dias, al paso, con su virgencita al hombro y haciebdo sonar bombas que iban anunciando, como anuncia el trueno la tormenta, su llegada.
Casavindo es tierra perdida a 4800 mts en el altiplano jujeño que aparece como quimera los catorce de agosto. Llegan carros, puestos ambulantes, contingentes de turistas escandinavos, flashes y tripodes, creyentes y borrachos para sitiar todos ellos la plaza en donde se despliega el toreo de la vincha.
Una iglesia-chiquita, de adobe. De altar de madera tallada y un cura de tonada norteña y sermones que alcanzan hasta a los mas ateos tambien presentes- se llena de virgenictas que vienen llegando de todos los parajes en sus casitas de madera y que saldran a relucir por la plaza cuando suenen las doce. Los siris y los cuartos de cordero bailan la vispera al ritmo de una caja y un par de herques mientras la iglesia y las miles de llamas epilepticas que la iluminan esperan a los que vienen caminando.
Una mujer degolla un chivo que queda colgando de patas y gotenado en un balde de plastico. La imagen queda de fondo y dos niños me enseñan sus coplas. Un grupo de joven sale de un rancho, tambien de adobe, con collares de guirnaldas y el paso entorpecido por los litros de vino y aguardiente que vienen cargando hace ya algunos dias. Uno de ellos carga un trofeo de tergopol y plastico pintado de oro encintado de guirnaldas como ellos. Trofeo que, segun dicen, van a salir a defender en la arena ante multitudes y un toro asesino, al que no le temen por encomendarse a la virgen.
Suenan las doce y la iglesia va vomitando las vírgenes cubiertas de coloridas flores de plastico. Un rio de gente en esa tierra seca que el sol raja, como raja tambien los labios. Son dos dias al año que casavindo se vuelve visible. Su festa resulta de esa mezcla de polvo, de virgenes, de alcohol y guirnaldas. Un pueblito olvidado que por estar a 4800 mts de altura esta mas cerca del cielo. El 15 se juntan los toldos y se rematan las últimas empanadas. Los últimos carros y colectivos rifan a los gritos y con el motor encendido, sus últimos lugares. El sol ya no pica y un hombre detras de una cortina de polvo toca chacareras con un bandoneon. Las guagas atraviesan las colinas de polvo suelto que vuelven a enterrar a Casavindo hasta el proximo año.
maría
sábado, 18 de julio de 2009
LA ULTIMA CARTA_ Borrador
La última vez que me escribió estaba en peligro, me anunciaba que no sabía cual sería su próximo domicilio. Un frío recorrió toda mi columna. Necesitaba tenerla cerca, abrazarla, protegerla... Qué ironía, cuando quise contestarle, correr hacia ella, no tenía dónde encontrarla...
Desde ese día te siento más carne mía que nunca. Nadie supo más de vos.
¿Vivirás? ¿Encontrarán tus huesos algún día? ¿Habrá volado tu cuerpo aún con vida en alguno de aquellos terribles vuelos de la muerte?
Nunca nadie me amó tanto...Y yo, nunca le contesté.
ALICIA
viernes, 17 de julio de 2009
autoretrato, borrador
jueves, 16 de julio de 2009
El día en que me muera.
La última carta + Autorretrato
V
Ruta
Llegó a la autopista casi sin nafta. El botón rojo que titilaba histérico no logró llamarle la atención. Amadeo paró porque no le quedó otra. De ser por él hubiera seguido. Pancho apareció de atrás del guardarras. Todo cubierto de mugre, negro de los pies a la punta de la cabeza. Blancos sus dientes perfectos. La boca abierta mostrándolos todos como si mascara un chicle enorme. Amadeo que se había prendido un cigarrillo lo vio venir por el espejo retrovisor y se rio. Le vomitó una carcajada gigante en la cara, sin razón, sin saber por qué, Amadeo se rió de Pancho. Estrepitosamente. Pancho se colgó de la ventana y lo increpó: _ ¿De qué te reís viejo puto?. Dame la guita, la camioneta y rajá. Amadeo se calló del susto, lo miró boquiabierto...
Continuará?
V
maría
CONSIGNAS
ruta
domingo, 12 de julio de 2009
La Bele
sin intentar reemplazar los vinos, los mates ni los amaneceres...
abrimos esta tierra de nadie para que se llene de letras, y que con sus letras se llene de ideas,
y con sus ideas se nos llenen los zapatos (como se llenan de arena).
Para los domingos una consigna que sea un empujon de hamaca, y para el resto de la semana un desayuno en la cama de palabras tejidas desde donde quiera que estemos.