viernes, 31 de julio de 2009

Guillermina tiene flequillo que se le mete en los ojos, nombre de zapato y un boleto capicua en el bolsillo. Guillermina sabe contar cuentos en voz de hormiga y torcer la lengua. El año que viene, cuando tenga seis, va a aprender a guiñar el ojo.
Va de la mano por las calles leyendo los carteles de las fruterias y recolectando objetos que no flotan para meterlos en la pecera de su casa. Es la encargada de que sus peces no pierdan la ilusion de creer que siguen descubriendo tesoros bajo su diminuto mar.
Guillermina se queda dormida abajo de las mesas de los restaurantes desde donde observa tacos y mocacines hablando de guerras y cotizaciones.
Guillermina se angustia desde que descubrió que su sombra la abandona todos los dias al mediodía. Solo por eso acepta dormir la siesta, el arenero no tiene la misma gracia sin la compañía de su sombra. Guillermina no tiene hermanos pero tiene un abuelo que come helado y le da comer a las gaviotas en el aire.

maría

Hormigon

Hormigon pesado que sostienen en sus espaldas las enomres tortugas de las que creo haber alguna vez escuchado. Tortugas de pieles cansadas y agrietadas de tanto andar, paso a pasito y despues otro. Pared contra pared, otra pared. Techos, antenas, cables. pared sobre techo. Y asi vamos quedando todos apilados, pisandonos las cabezas. Los huecos se llenan a la velocidad del correcamino, y los que quedan en el camino. Todos corren. una mujer en el medio de una avenida con un vestido rojo se deja despeinar por el viento. parece estar bajo agua, suspendida, es la unica. Uno de ellos la mira. Se da cuenta. se detiene. Mira su reloj pulsera y se apura. Se lo vuelve a tragar la tierra en diagonal norte. Las tortugas, sin embargo, siguen lentas, al paso, cargando con el mundo que le hace cosquillas.

maría

jueves, 30 de julio de 2009

Estrellas

Pasó lo mismo, exactamente lo mismo que la vez pasada. Casualidad, causalidad, lo que sea: nuevamente, una de las consignas (la esperanza) cayó como anillo al dedo en algo que escribí hace ya mucho, mucho tiempo. Acá se los dejo.


Una niña de siete años, con sus manos rajadas y la frente desteñida por el sudor, está acostada en el medio de una calle de tierra. Es de noche y todo el pueblo parece congelado, inerte. Y ella está ahí, sola, callada, mirando las estrellas: las miles de estrellas que se descubren cuando no hay luz y se tiene siete años. Su hermano, dos años mayor, se acerca, la observa y se acomoda junto a ella, en la misma posición. Se toman de la mano y permanecen mudos durante varios minutos.
– ¿Cuánto se tarda en llegar hasta allá? – pregunta la niña, mientras apunta con el índice hacia su estrella preferida.
– Un día luz – responde su hermano, y le besa la frente.

¿Saben ustedes cuánta esperanza cabe en un día luz?

miércoles, 29 de julio de 2009

Va un textito que garabatee en el subte y lo subo directo aca. Crudo, muy crudo.

Fue entonces cuando entre Juramento y congreso de Tucumán se detuvo, deteniéndose con ello las imágenes de caños y paredes barridas detrás de la ventana, el chirrido de sus rieles, el aire y hasta podríamos decir, que por un segundo se detuvo el tiempo.
Ellos prisioneros bajo tierra entre desconocidos que mantenían la mirada fija en el suelo. El joven de auriculares dobla y desdobla la bufanda cuadrille que tiene en sus manos. La mujer de enfrente mira por encima de su hombro hacia atrás buscando una respuesta o algún tipo de complicidad con alguno de los otros pasajeros. Un hombre infla los cachetes y exhala pronunciadamente mientras da vuelta la página del diario que le entregaron gratis al subir.
El aire se siente más pesado y pegajoso. El silencio permite escuchar la incandescencia de las lámparas y los motores de ventilación. La mujer-que-mira-por-sobre-el-hombro, sentada en ángulo de noventa grados, se impacienta e inicia un rebote de ambos tacos de sus zapatos en simultáneo contra el piso, sin por ello perder su postura perfecta y las manos posadas sobre la cartera que posa sobre su falda. El joven de auriculares en trance no deja de doblar y desdoblar su bufanda cuadrille. Una niña de pollera y medias can-can libera una batalla campal con su grotesca campera rosa que la tiene atrapada sin poder sacar a flote la cabeza por sobre el cierre subido hasta el tope. Balancea las piernas que no alcanzan el suelo y de tanto en tanto mira de reojo a su madre que revisa su agenda.
La mujer-que-mira-por-sobre-el-hombro bucea en su cartera en búsqueda de alguna pastilla mientras piensa que hubiera tenido que bajarse en Juramento y caminar unas cuadras, hubiera llegado tanto antes.
Pasa uno de no más de diez dejando sobre las piernas de los pasajeros unas tarjetas de ositos de anime chino, corazones y frases de amor (quizás no se entero que el servicio esta parado) Algunos apresurados le muestran la palma de la mano en leve movimiento hacia un y otro costado, labios apretados, media sonrisa y ojos apenas entrecerrados: inconfundible gesto que en el lenguaje de servicios de transporte publico, útil también dentro de los coches frenados en los semáforos reemplaza al“noo, gracias pibe, me bajo en la próxima, ni me toques, deja”. Otros en cambio son abruptamente sorprendidos con la guardia baja por la tarjeta que los toca. De estos últimos están los que, incómodos por la situación apoyan con cuidado la tarjetita en el espacio de butaca vacío que tienen al lado y los que la toman,la miran de un lado y del otro, aprovechan a leerla para sus adentros y se sonríen sabiendo que nunca dirían semejante frase- les resulta sumamente empalagosa, claro, tanto que se vuelve kitsch y entonces quizás si.
La mujer-que-mira-por-sobre-el-hombro vuelve a extender el bollito en que devino el envoltorio de su pastilla y ahora comienza a doblarlo en diagonal formando triángulos cada vez mas pequeños.
El hombre de la exhalación pronunciada sostiene con su axila el diario que ya terminó o se aburrió de leer y ahora, tras haber agotado las publicidades y carteles con instrucciones para en caso de emergencia, lee y relee los nombres de las estaciones de la línea d.
La niña sigue disputándole el cuello a la campera y el joven de los auriculares sostiene la bufanda doblada en una de sus manos y cuelga con la otra de una de las argollas que penden inmóviles del techo. Meciéndose apenas cierra los ojos con intención de dormir y apoya en su antebrazo su perfil derecho.
De un tiron y sin demasiadas explicaciones vuelve a moverse. Una voz sensual e impostada de mujer anuncia el final del recorrido. Se abren las puertas y los pasajeros nos apresuramos a bajar.

El de no mas de diez vuelve a recorrer el vagón vacío y junta las tarjetitas que quedaron prolijamente apoyadas sobre las butacas. Otros suben, se acomodan y entonces vuelve a salir.


maría

sábado, 25 de julio de 2009

texto de sara

Ivan dejo de quererme el dia que me dijo por primera vez que me queria. No lo suficiente, no como yo queria. Me dejó de querer a las tres de la madrugada sin bares abiertos donde comprar el cigarrillo que necessitaba. Me dejó de querer sentados en las escaleras de una calle con una plaza de cemento detrás. Me dejó de querer, pero me besó. Me dejó de querer, pero la contadicción estaba en sus ojos humedos y sus manos secas que trataban de consolar las mias. Él queria quererme y no le salia. Yo queria que me quisiera y no sabia como. Comprender eso era tan oscuro como la noche que avanzaba, impossible de parar. Me dejó de querer y nadie me contestó al teléfono para emborracharnos. Me dejó de querer, pero me acompaño a casa. Y cuando estaba a punto de poner la puerta entre los dos me dijo por primera vez que me queria. Ya no era necesario. Me queria, pero en el fondo simplemente había dejado de quererme.

jueves, 23 de julio de 2009

mas consignas, mas

en la cama
invierno
esperanza

En la cama

En la cama te beso, te veo, te descubro. Te dejo. En la cama me envuelvo entre tus piernas y tus brazos. En la cama me disfrazo. Te bailo. En la cama me caliento, te abrigo, te encuentro. En la cama me saco la ropa y me pongo tu camisa. En la cama me alejo, te creo. Te pierdo. En la cama soy feliz a pesar de tus ronquidos. En la cama te abrazo más profundamente que en cualquier otro lado. En la cama te leo. Te quiero. En la cama, los dos.

Vale
Espera el colectivo que no llega y prende un cigarrillo invocando a Murphy y todas sus leyes. Espera la llegada de su amado y la comida se le vuelve a enfriar. Esperan impacientes que sean las doce para abrir los regalos de navidad, de la misma manera que esperan los comienzos de las historias y los finales de las siestas para salir a correr al sol. A ellos en cambio, no les queda mas que esperar la muerte mientras pintan tarjetas y tejen crochet en el geriatrico en el que fueron dejados. Espera ella que esta vez el evatest le de positivo mientras paradojicamente otra ella busca en una clinica clandestina que una mujer llame su nombre y ella deje de estar esperando. Espera la multitud enloquecida que los artistas reciban sus aplausos y hagan el bis que tienen preparado. Espera ella, acaparandose el telefono y controlando a cada instante que tenga tono, que el la llame. El espera sorprenderla esta vez y llegar a tiempo. Espera el niño que lo pasen a buscar en un patio ya vacio en el que solo queda Manuel, el portero, y la maestra impaciente que mira el reloj y marca con su pie los segundos que pierde. Esperan ellos comer sus sobras. Espera ella que alguien, no importa quien, la mire fijo y le devele que tiene que hacer con su vida. Espera otro animarse esta vez a saltar del trampolin como tambien estan los esperan esta vez acertar, sacarse el loto y dejar de trabajar. Espera la pequeña que sea certo que todos los perros van al cielo mientras observa a su padre enterrando a su amigo. Espera que no voltee la cabeza una vez pasado migraciones, sabe que no podria soportar semajante agonia. Espera que desobedezca y lea la carta antes de partir. Espera que no llueva en su cumpleaños, y que se le cumplan los deseos. Mira fijo el cielo y espera ver una estrella fugaz. Espero que alguna vez se le pase a ella el dolor.

maría

CONSIGNAS para pasar el invierno

Y si, quien quiere salir con este frio de la cama?
y vos Nico con sanadalias.

Consignas que circulan por ahi
hormigon
nubes
la espera

espero leerlos pronto

martes, 21 de julio de 2009

Todo empezó a cambiar desde que llego a Buenos Aires. El anonimato de las calles fue para el un alivio.
Miguel había crecido entre las palmeras y el remanso del rió Uruguay, en una casa de paredes anchas de adobe y largos pasillos que no llegaba a calentarse en invierno pero garantizaba una fresca siesta en verano. Habían pasado veinte años desde la última vez que había estado en ese patio, bajo esa pérgola. Su hermana Malvina le ofreció un vaso de limonada con hielo.

“Pensé que ibas a venir cuando murió el viejo, la vieja te estuvo esperando” le dijo con voz de reclamo pero sin mirarlo.

“Bueno, acá me tenés” le contesto el y se tomo un trago de limonada.

“Si. Es una pena que no llegaras antes…”

Undécimo hijo de trece, Miguel había crecido entre hermanas que le hacían los ruedos a los pantalones que heredaba de sus hermanos mayores. Compartía el cuarto con dos de ellos y leía escondido a Faulkner.

Siempre había sido el cómico de la familia, también de la escuela. Los de la normal siempre lo recordaron por sus imitaciones de chirolita, aunque el no les dio nunca el lujo de aparecérseles en ninguna reunión de ex alumnos. A las reuniones faltaron siempre el, Marcela Russo desde que se enamoro y se fue a vivir a Estados Unidos y Luis desde que se accidento con la moto doce años después del egreso.

Cuando Miguel se enteró lo de Luis- una tarde de jueves cuando una de sus cuñadas que había ido a Buenos Aires a hacerse unos estudios se lo comento con un tono entre tragedia y chimento – no sintió tristeza sino más bien melancolía. Entre sus recuerdos todavía estaban sus cuerpos saltando desde aquel tronco podrido al río, sus pelos rubios y los primeros tragos de licor de huevo a escondidas. Pobre Luis. Sin saberlo había sido la primera persona de quien se había enamorado. Un amor pueril, asexuado, de infancia. No pudo evitar imaginarse su cuerpo contra el asfalto y quedarse enredado en esa imagen por más de que su cuñada estuviera ya hace tiempo hablando de otra cosa.

Anibal se apareció en la galería, anunciándose con el golpe de la puerta de mosquitero que se cerraba tras de si, interrumpiendo el silencio y la limonada.

“Pero mira que nos trajo el rio!”y se acerco para darle un abrazo. “Miguel querido, como te hiciste rogar!”. Anibal era uno de los hermanos mayores, contador en el pueblo y camino a meterse en política. Prefirieron no recordar la última vez que se habían visto y en cambio hablar de cómo las cosas habían cambiado en Colon, como se habían asfaltado las calles del fondo, como habían tirado abajo la casa de las Vizzo para construir el Shopping y como los evangelistas se habían instalado en el viejo cine.

Miguel habia viajado a Buenos Aires con la idea de estudiar historia. Durante un tiempo se quedó en la casa de una hermana de su madre que vivía en un departamento en la calle Juncal. Era un tres ambientes amoblado en tonos beige. Miguel compartía el cuarto con Lautaro, un primito de cuatro años que siempre tenia mocos colgando de la nariz. La tía de Daniel trabajaba en el Banco Nación desde que su marido había fallecido de una insuficiencia cardiaca.

Miguel llegó a Buenos Aires en Febrero, a los pocos días de haber cumplido sus dieciocho. Terminaban las vacaciones de verano y la tía le había encomendado que lo llevara a Lautaro al cine de Corrientes. Se tomaron el subte y en pleno Pueyrredon y Corrientes se animo a acercarse a un puesto de diarios y admitir que estaba completamente perdido. De la mano con Lautaro, le pregunto a un hombre como llegar al cine que estaban buscando. Un hombre que pasaba justo por ahí escucho la tonada entrerriana del joven perdido y gentilmente se acerco a ayudarlo.

“Estas acá nomás, caminando son seis cuadras. A que hora tenés la función, pibe?”

“A las cinco” y agrego con cierta timidez “falta todavía, pero como no sabia como llegar, salimos con tiempo”

“Bueno… si queres, te invito a tomar un café a mi casa que vivo en el edificio de la esquina” le dijo el hombre con una voz apaciguada y de vino tinto

Miguel miro a Lautaro que todavía colgaba de su brazo, estaba con la boca abierta y los mocos colgando pero con las mirada fija en el hombre.

“El nene puede mirar los dibujitos y así no están dando vueltas por la calle” sostuvo el hombre.

“Vos queres mirar los dibujitos, Lauti? se animo a preguntar.

Caminaron hasta la esquina como el le había dicho y subieron al segundo piso por el ascensor. Lautaro miraba en silencio al hombre desconocido mientras Miguel lo observaba al pequeño y controlaba que no sacara los dedos del ascensor.

La casa del hombre era un dos ambientes apenas amueblado. Lautaro se quedo mirando la televisión en el living mientras en la cocina Miguel besaba a un hombre por primera vez. Entre sus recuerdos quedo un hombre de brazos fuertes acariciándolo con la misma sutileza con la que le pregunto si quería te o café. Miguel temblaba y reía de la excitación y del terror que le daba que el niño los encontrara. Se sintió cuidado, y querido por ese extraño que le acerco una servilleta cuando el joven virgen acabo con los pantalones puestos. Nunca había visto a nadie sonreírse con tanta dulzura.

Cuando sus hermanos se enteraron que era homosexual lo emborracharon y llevaron a los empujones a un cabaret de Gualeguaychú donde se decía que paraban las mejores mujeres. Llorando les pidió que lo dejaran en paz y humillado se tomo el primer colectivo que pudo a Buenos Aires. Nunca más volvió a Colon hasta aquella tarde veinte años después, bajo esa pérgola.

maría

lunes, 20 de julio de 2009

La carta que dejé

Sólo hay algo más extraño que morir: verse morir: y yo me vi morir.
Les cuento: estábamos frente a la entrada de la Garganta del Diablo. Él quería recorrerla conmigo; yo no quería entrar. Él decía que era una experiencia irrepetible, pero me daba miedo. Que sí, que no, que sí, que no: que sí. Ingresamos. La oscuridad anulaba los ojos, obligaba a las manos a descubrir el camino. Cada vez más encorvados, avanzábamos: debíamos aguantar el nauseabundo olor a humedad, los charcos de agua gélida bajo los pies, la impotencia provocada por la inutilidad de la vista. Necesitábamos llegar. De pronto, él encendió un fósforo: estábamos rodeados de huesos y calaveras. No sé si grité o no, pero sé que quise volver: de inmediato. Él dijo que retornar no era una posibilidad, que sólo había una salida y debíamos encontrarla: cueste lo que cueste. Seguimos. Cada cráneo, cada fémur, había pertenecido a alguien, a cualquier persona, y yo los pisaba, profundamente hasta quebrarlos, uno por uno: nunca había tenido tanto miedo. Quise volver, pero ya era tarde. Continuamos a paso lento, no sé si minutos u horas (en esos lugares el tiempo no es tiempo), hasta que divisamos una luz que se ampliaba progresivamente. Salimos. Parados sobre la diminuta cima de una montaña rocosa, el paisaje que se desnudaba ante nosotros era imponente: el ocaso anaranjado, desgarrado por nubes rosadas, envolvía decenas de cerros arcillosos. El vértigo me estremeció. Pretendí regresar, pero él se negó, dijo que era imposible, que una vez afuera no hay vuelta atrás. Penetré nuevamente en la cueva, intenté encontrar una escapatoria: en vano. Cuando anocheció, yo estaba desesperado: encerrado entre centenares de miles de hectáreas de territorio virgen. Y entonces para qué, para qué vivir estático, angustiado, sin la posibilidad de retroceder, eternamente: me arrojé al precipicio. Morí.
Mi siguiente recuerdo es mi funeral. De alguna manera, yo estaba entre algunos familiares y amigos, consciente de mi transparencia ante sus ojos. Y sólo allí supe lo que siempre había querido saber: quién iría a mi funeral y quién no, quién lloraría y quién no, por qué llorarían, por qué no, qué dirían de mí. Pero todos querían vivir esa experiencia: nadie se resistía a la Garganta del Diablo. Todos empaparon sus pies, todos aplastaron cráneos y, en un determinado momento, todos, al mismo tiempo, estuvieron en la cima, al tanto de su situación, desesperados, encerrados en libertad: y todos se tiraron. Ahora estamos de pie ante nuestras tumbas, todos invisibles, viendo nuestros funerales; y tan eternos, mucho más eternos que nosotros, el viento y la tierra, enterrándonos: como debe ser.

Nico.
Gente hermosa, cuando vi que tres de las consignas eran "autoretrato", "el día que me muera" y "la última carta", me costó creerlo. Pero la vida está llena de coincidencias (si no me creen, pregúntenle a María). Por eso acá les dejo dos cositas que no escribí para la ocasión, las escribí hace más de dos años. La segunda, ésta, es un recorte pastiche de una autobiografía que tuve que hacer para la facu. La primera es un cuento, no está escrito en primera persona, si no en ficción. Aunque, en realidad, es algo que soñé que me pasaba. Lo soñé despierto.


Autoretrato, borrador

Mi número preferido era el ocho hasta que, por elegirlo, gané un concurso que no quería ganar, y desde ese momento prefiero el siete. Un par de sandalias, un agujereado bolso verde y algunos libros, son mis tres posesiones materiales imprescindibles. No soy asmático ni alérgico, nunca me operaron, ni me fracturé, ni me cosieron puntos. Hace un par de años, durante una conversación intrascendente con una persona que califico con el mismo adjetivo, me di cuenta de que mi familia no era tan normal como yo creía. Me enorgullece haber suprimido el hábito de comer mis uñas. Mi mayor miedo son las agujas que se utilizan para inyectar sustancias o extraer sangre. Aún más que los trampolines. Sé que morir por ideas es empalagosamente romántico, pero a veces me gusta pensar en eso. Amo los adoquines. Una de mis mayores decepciones fue conocer la casa de Ana Frank. Soy transigente en las relaciones e intransigente en los debates. Creo que la mayor virtud es la sensibilidad y el peor defecto es mascar chicle con la boca abierta. Pensaba que el único destino plausible del dinero era utilizarlo en viajes, hasta que un amigo me comentó la idea de comprar todas las entradas para una función de cine, quedarse con una en la mano y tirar el resto a la basura. El día que nací me surgió la inútil habilidad de poder contar, en muy pocos segundos y con breve margen de error, la cantidad de letras que posee una palabra o una frase corta. La mayoría de mis amistades siempre fueron mujeres, la mayoría de ellas bisexuales, la mayoría de ellas excéntricas y brillantes. Un día, una amiga (que será Premio Nobel de literatura dentro de unas décadas) me comentó que, para ella, la diéresis era un recurso estéticamente emocionante. En ese momento, por alguna causa que desconozco, sentí que no estaba solo. Tengo varios tics que nadie conoce y jamás diré cuáles son. Logro alcanzar un instante de felicidad absoluta cuando saboreo un pedazo de torta de chocolate preparada por mi abuela o cuando cruzo a pie esquinas diagonales.

Nico.

La procesion

"todo blanco, todo negro, todo de varios colores...
no me mates con tus cuernos, matame con tus amores"
-Copla anónima-


Algunos llegaban en una guagua cargada de bartulos en el techo, abriendo camino entre colinas de polvo suelto. Otros llegaban luego de cuatro dias, al paso, con su virgencita al hombro y haciebdo sonar bombas que iban anunciando, como anuncia el trueno la tormenta, su llegada.
Casavindo es tierra perdida a 4800 mts en el altiplano jujeño que aparece como quimera los catorce de agosto. Llegan carros, puestos ambulantes, contingentes de turistas escandinavos, flashes y tripodes, creyentes y borrachos para sitiar todos ellos la plaza en donde se despliega el toreo de la vincha.
Una iglesia-chiquita, de adobe. De altar de madera tallada y un cura de tonada norteña y sermones que alcanzan hasta a los mas ateos tambien presentes- se llena de virgenictas que vienen llegando de todos los parajes en sus casitas de madera y que saldran a relucir por la plaza cuando suenen las doce. Los siris y los cuartos de cordero bailan la vispera al ritmo de una caja y un par de herques mientras la iglesia y las miles de llamas epilepticas que la iluminan esperan a los que vienen caminando.
Una mujer degolla un chivo que queda colgando de patas y gotenado en un balde de plastico. La imagen queda de fondo y dos niños me enseñan sus coplas. Un grupo de joven sale de un rancho, tambien de adobe, con collares de guirnaldas y el paso entorpecido por los litros de vino y aguardiente que vienen cargando hace ya algunos dias. Uno de ellos carga un trofeo de tergopol y plastico pintado de oro encintado de guirnaldas como ellos. Trofeo que, segun dicen, van a salir a defender en la arena ante multitudes y un toro asesino, al que no le temen por encomendarse a la virgen.
Suenan las doce y la iglesia va vomitando las vírgenes cubiertas de coloridas flores de plastico. Un rio de gente en esa tierra seca que el sol raja, como raja tambien los labios. Son dos dias al año que casavindo se vuelve visible. Su festa resulta de esa mezcla de polvo, de virgenes, de alcohol y guirnaldas. Un pueblito olvidado que por estar a 4800 mts de altura esta mas cerca del cielo. El 15 se juntan los toldos y se rematan las últimas empanadas. Los últimos carros y colectivos rifan a los gritos y con el motor encendido, sus últimos lugares. El sol ya no pica y un hombre detras de una cortina de polvo toca chacareras con un bandoneon. Las guagas atraviesan las colinas de polvo suelto que vuelven a enterrar a Casavindo hasta el proximo año.

maría

sábado, 18 de julio de 2009

LA ULTIMA CARTA_ Borrador

¿Qué será de ella? Hoy se cumplen treinta y tres años del día en que recibí su última carta. Nunca le contesté. Eso es algo que no logro sacarme de la cabeza, de las víceras, de cada milímetro de mi piel. Fueron muchas las cartas que dejé sin respuesta. Ella me necesitaba y yo no me di cuenta, o sí, y no pude con ello. En ese momento, yo estaba demasiado bien en el mundo en que vivía, enamorada de Diego. ¡Cómo poder entenderla entonces! Habíamos sido carne y uña, amigas inseparables, incondicionales. Yo le contaba todo y ella me escuchaba, comprendía, aceptaba. ¡Cómo fue que no me di cuenta! Ella nunca pedía nada,estaba, acompañaba...Hasta que llegó él y me enamoré. Desde ese momento ella se fue apagando, alejando lentamente,sin reproches, sin demandas. Cuando decidió irse a vivir a Tucumán una parte de mi se fue con ella- "ESCRIBIME! le supliqué entre lágrimas, y me escribió. No pude soportar su declaración, su dolor por no poder tenerme como ella me necesitaba. Fue mucho para mí, y nunca le contesaté.
La última vez que me escribió estaba en peligro, me anunciaba que no sabía cual sería su próximo domicilio. Un frío recorrió toda mi columna. Necesitaba tenerla cerca, abrazarla, protegerla... Qué ironía, cuando quise contestarle, correr hacia ella, no tenía dónde encontrarla...
Desde ese día te siento más carne mía que nunca. Nadie supo más de vos.
¿Vivirás? ¿Encontrarán tus huesos algún día? ¿Habrá volado tu cuerpo aún con vida en alguno de aquellos terribles vuelos de la muerte?
Nunca nadie me amó tanto...Y yo, nunca le contesté.
ALICIA

viernes, 17 de julio de 2009

autoretrato, borrador

Una vez un hombre que vendía panchos me dijo"sirvase caballero" cuando me dio el vuelto. Se corrigió inmediatamente pero ya lo habia dicho. Mido un metro ochenta y tengo el pelo cortito. No me maquillo, no uso aros ni anillos pero tengo voz de pito y un par de tetas grandes que tardaron en crecerme. La uña del dedo chiquito del pie me crece para arriba como una navaja. A veces cuando uso zapatos y tengo las uñas largas, la navaja me atraviesa la piel del dedo de al lado -el anular sería, aunque no se si el termino aplica para los dedos del pie-
Será quizas por eso que ando siempre en patas, aunque soy mas bien de la idea de que no hay placer mas grande que sentir todos los puntos de apoyo y el contacto con el material de turno que hace de suelo.
Me refugio en el rincon de la cocina, ahi donde el ventanal y la estufa se encuentran para hacer de aquel hueco mi hueco. En ese rincon, con la espalda contra el fuego, lloro.
Me enamora la gente. me enamoran las historias y las arrugas cuando se nota en los ojos que las han vivido. No soy amiga de los perros, prefiero los gatos. Disfruto mucho ver a las personas concentradas tratando de descifrar algun mecanismo o descubrir a mi hermana juana bailando cuando cree que nadie la ve. Soy de las que siempre piden los mismos gustos de helado pero de las que inventan recetas mezclando especias, agregandole a todo curry, pedacitos de gengibre y unas gotitas de miel. Mi celular nunca tiene crédito ni mi auto nafta. . Cuando viajo en avion se me tapan los oidos y a veces se me acalambra un pie cuando hago el amor. Los momentos mas felices de mi vida los recuerdo de viaje, recorriendo mercados y perdiendome deliberadamente por calles adoquinadas. Tengo el poder de la telepatia y me persiguen las coincidencias.

maría

jueves, 16 de julio de 2009

El día en que me muera.

Será un día como todos. Bajo el mismo techo del resto de mi vida, decidiré sucumbir voluntariamente, escapando al designio de La Santísima Muerte. Si nadie hubo escrito las huellas de mi pasado, si había logrado el anhelo de la libertad, cómo permitiría ser decapitado por la hoz de La Parca.

Finalmente, con la jovialidad que había forjado día a día, sintiendo los olores del subte viejo, con ese azufre impregnado en la tez; oyendo coloridos sonidos de música balcánica, y sumergido en la hermosa contradicción del escepticismo y la esperanza, me retiraré del universo terrenal deseándole armonía, pero también caos. Armonía para evitar el sometimiento de aquellos soñadores culpables, y caos para que nadie caiga en el escepticismo de los inocentes.

Por fin, me despediré deseando la trascendencia, y maldiciendo el desarraigo. Por fin me iré, preguntándome cómo se me pasó tan rápido.

Franco.

La última carta + Autorretrato

Chica de juegos, dice cuando me siento. Siempre, le respondo con media sonrisa y ojos de puta. Mezclan la baraja. Dan. En el reparto me toca un comodín. Euforia, alegría, confianza. Pero que no se me note. Juego. Apuesto, no mucho, que no se den cuenta que puedo ganar. Otra vez dan. En el reparto me vuelve a tocar un comodín. Seguridad, plenitud, festejo. Con estas cartas no puedo perder. Al rato nomas me doy cuenta que tampoco puedo ganar. Con estas cartas es imposible armar un juego. No puedo, no quiero terminar de creer que siempre es así. Me cambia la suerte y ya no hay ni euforia, ni alegría, ni seguridad, ni confianza, ni festejo. Pierdo, pierdo, pierdo, desespero. Entonces vuelven a dar. En el reparto me toca una última carta. Convencimiento. Con esta gano. Lo que sea que tenga por ganar, con esta última carta lo gano. Pero no pienso usarla. No por temor. Por esperanza.

V

Ruta

Amadeo para la camioneta y el sinfín de autos que vienen atrás le pasan por al lado y lo regan de puteadas. Un pelado en una moto alarga todo su brazo para dejarle un gesto obsceno antes de salir a mil. Amadeo no da bolilla. El mundo a su alrededor gritón y en éxtasis no se compara al suyo. Allá afuera los problemas no existen. Amadeo tiene 65 años y este es su último viaje antes de jubilarse. Por primera vez en 40 años va a parar su camioneta para siempre. Esta mañana, antes de partir para la ruta 40, Roberto le dejo en la oficina la carta documento. Lo intimaban a abandonar el trabajo. Amadeo hizo con la carta lo mismo que con todas las otras cosas. Se la guardó en el bolsillo interno de la campera, se acomodó la boina y se fue. No se lo dijo a nadie. Ni siquiera a su hija Rita, cuando lo llamó para contarle lo de su marido. A él también lo habían dejado sin trabajo. Otra vez. Amadeo subió a la camioneta con el cargamento listo y partió. No hubo bocinazo de despedida. No quiso saludar.
Llegó a la autopista casi sin nafta. El botón rojo que titilaba histérico no logró llamarle la atención. Amadeo paró porque no le quedó otra. De ser por él hubiera seguido. Pancho apareció de atrás del guardarras. Todo cubierto de mugre, negro de los pies a la punta de la cabeza. Blancos sus dientes perfectos. La boca abierta mostrándolos todos como si mascara un chicle enorme. Amadeo que se había prendido un cigarrillo lo vio venir por el espejo retrovisor y se rio. Le vomitó una carcajada gigante en la cara, sin razón, sin saber por qué, Amadeo se rió de Pancho. Estrepitosamente. Pancho se colgó de la ventana y lo increpó: _ ¿De qué te reís viejo puto?. Dame la guita, la camioneta y rajá. Amadeo se calló del susto, lo miró boquiabierto...
Continuará?

V
El dia que me muera mi vieja va a llorar. Siempre llora. Debe ser de las personas que mas vi llorara en mi vida. Mi viejo, en cambio, se va a quedar callado, y despues de un rato se va a acercar a la vieja, la va a abrazar, se va a desarmar en sus brazos para que solo ella se entere, le va a besar los ojos y le va a decir algo en el oido que la va a hacer reir. Y entonces, su risa y su llanto van a quedar mezclados entre mocos y narices rojas.
El dia que me muera me voy a dar cuenta que ni el cielo ni el infierno existen y que eran solo ideas marketineras que sobreexplotaron Walt Disney y la inquisidora iglesia. El dia que me muera en cambio, voy a atravesar las barreras del tiempo y voy a entrar en otra dimension desde la cual pueda hacerles entender a todos los mios a la misma vez que en verdad la pasé muy bien.
El dia que me muera voy a haber comprado flores y frutas para el desayuno, no porque lo hubiera preparado de antemano sino de pura casualidad -como todo lo que me ha ido pasando en la vida-

maría

CONSIGNAS

Y si, resulto jueves y entonces nos juntamos. Hicimos papelitos, sorteo de consignas y escribimos un poco. Entre las que salieron:

El dia que me muera
Ruta
la ultima carta+autoretrarto ( los mas osados combinaron consigna)

y quedaron algunas en el tintero:
La procesion
Laberinto
Invasion
Gatos
Un lugar lejano

besos de papel maché


ruta

Redujo la velocidad y tiró el auto a la banquina. Con las manos todavia en el volante apoyo su frente sobre ellas y sin abrir los ojos se dijo "que carajo estoy haciendo". Soltó el volante con rechazo apagó el auto y con ello calló la música. Se recosto en el asiento y con una mano se cubrió la cara. Suspiró con fuerza, tratando de que el aire pudiera sortear el nudo que se le habia hecho la garganta. Abrió una de las puertas y sin mirar hacia ningun lado, se alejo del auto por la misma ruta y en direccion al sol. A los costados, desiertos de girasoles ya amarronados y cabizbajos esperando ser cosechados. Camino unos pocos minutos sobre el enmudecido asfalto con el viento en la cara y volvió al auto. Se apoyó sobre el capot todavia caliente y se prendio un cigarrillo. Un mar de pajaros negros voló sobre su cabeza y ella sonrio. Observo el papel de cigarrillo quemandose y la ceniza equilibrista resistiendo la caida. Una última pitada y volvio a su bitaca. Acomodó el espejo que la miró a los ojos, dió vuelta la llave y arrancó.


maría

domingo, 12 de julio de 2009

La Bele

La Belle Epoque es el emblema de los pocos caraqueños desvelados a los que no nos gusta pasar las noches bailando merengue entre multitudes traspiradas que toman un ron que parece gasolina. En la Bele, como la llamamos quienes le tenemos cariño, las noches siempre fluctúan entre ojos rojos y dientes violetas, entre hombres tetones y mujeres peludas. La Bele tiene tres ambientes: en el principal siempre hay bandas en vivo, lo mismo punk o música celta, en el de al lado hay una barra y pasan electrónica toda la noche, y como puente entre ambos, un espacio tapizado con alfombras rojas, lleno de puffs, y un proyector que vomita toda la madrugada, sin interrupciones, imágenes inclasificables. En la Bele hay poca luz, mucho humo. Hay un chico con una falda negra de cuero. Una chica que baila desenfrenada con un billete colgando de la nariz. Somos la más destruida de las sectas, el hoyo negro de la noche tropical. Somos los inconformistas, los que creemos que lo raro es lo bueno, los que alabamos el kitsch, los que nos sentimos magnetizados por el vértigo de caminar por el borde. Somos todo eso hasta el día en que al Banco Santander se le ocurre abrir una nueva sucursal y entonces todo se desvanece fugazmente como el humo de nuestros cigarros.
-hasta que tengamos un manifiesto que reemplace esta entrada-

sin intentar reemplazar los vinos, los mates ni los amaneceres...
abrimos esta tierra de nadie para que se llene de letras, y que con sus letras se llene de ideas,
y con sus ideas se nos llenen los zapatos (como se llenan de arena).

Para los domingos una consigna que sea un empujon de hamaca, y para el resto de la semana un desayuno en la cama de palabras tejidas desde donde quiera que estemos.