miércoles, 27 de enero de 2010
Escribo (texto incompleto)
No sè por què escribo pero escribo, quizà porque se me acabaron los libros, quizà porque estoy solo y necesito desdoblarme, quizà por gusto o por pulsiòn, para divertirme o ganarle la carrera al tiempo, quizà por tarima o fuga o refugio, por regocijo o liberaciòn, quizà para llamar la atenciòn, parecer interesante (pose intelectual de mandìbula sobre el punio, codo sobre la mesa, mirada perdida, cigarrillo de larga, olvidada ceniza), quizà porque no sè hacer otra cosa, quizà porque alguien espera eso de mi, quizà porque aunque eso no sea cierto es lo que me gusta pensar, quizà por obligaciòn o autodisciplina, quizà por nada, ningùn por què, quizà sòlo como otra alternativa para el ocio o para no mirar el reloj mientras hierve el agua o me hace efecto la aspirina, quizà por la tristeza de tantos làpices afilados, de tantas hojas vacìas, quizà por inercia, quizà porque la carne tiene proteìnas o porque todo lo sòlido se desvanece en el aire, quizà por vagas ambiciones, quizà para cristalizar imàgenes fugaces o para no sentirme inutil, quizà para tener un espejo, quizà porque no hay piedras para tirar a los lagos congelados o porque ella se fue con otro, quizà para alivianarme o para mentirme creativo, quizà para lograr concentrarme en algo, quizà porque ya no tengo ganas o no se me ocurren motivos para reìr o llorar solo, o porque no tengo con quièn coger, quizà para mantener en pie una torre de naipes, quizà por vanidad o por pasiòn, quizà para tender puentes o para dejar una huella, limitada y efìmera pero huella, quizà para no quedarme dormido o para soniar despierto, quizà porque a esta altura ya no hay marcha atràs, quizà para distanciarme del mundo, para sentirme especial, para disfrazarme de otra cosa, para que un puniado de personas honestas o hipòcritas engorden mi ego, quizà porque me hace olvidar el frìo, quizà no voy al psicòlogo, quizà para no mutilar amistades o porque la ventana del tren sòlo me muestra planicies nevadas
La cena
- Son eso, papà: cosas. Sòlo cosas, nada màs. Son pasajeras, no son de verdad. No sè si me entendès.
- Probate los jeans, vas a ver què lindos que te quedan.
- Pero papà.
- No te hacen falta medias? calzoncillos?
- Lo que me falta es una respuesta, papà, una respuesta y dos bochas de helado, porque asì no se puede. Fijate si tienen algo en la secciòn de ninios.
- Dale que llegamos tarde a lo de la tìa. (Sì, los llevo, ponè todo en la misma bolsa).
- Eso te importa màs a vos que a la tìa.
- No digas eso, te quiere tanto.
- Ah, què divina.
- Trajiste las masitas, no?
- Me las comì en el probador.
- Sos una mierda.
- Mierda eran las masitas. Les hice un bien a todos.
- Claro, son sòlo cosas, no?
- Cosas secas e insìpidas.
- Yo no sè a quièn saliste.
- Si lo decìs por la gula, a la tìa.
- Le vamos a decir al taxi que espere, y te bajàs a comprar masitas.
- Y dos bochas de helado.
- Y un poco de paciencia, porque asì no se puede. (Suben al taxi).
- Claro, con lo agitados que vivimos.
- (El taxista) Còmo dice?
- No dice nada: gire a la derecha.
- Hablaba con el chico, no con usted.
- Y vos quièn sos? Callate y maneja.
- Còmo?! Bajate del auto.
- Si todavìa ni arrancaste!
- Por eso mismo.
- (Al chico) Venì, paremos otro.
- (El taxista) No, el chico no. Usted bajese.
- Sì, bajate pa. Yo me voy con el senior a tomar un helado. (Al taxista) Yo invito.
- Dejà de hacer el ridìculo. (Sale del taxi y arrastra al chico de la camisa; el taxi arranca). Mirà la hora que es.
- No tengo reloj, no me gustan. Encierran y dividen lo incontrolable.
- Pero què pedazo de poeta, eh?
- Ahì acaba de pasar un taxi.
- Y por què no lo paraste?
- Porque prefiero ir caminando. O no ir.
- (Para un taxi). Vamos a llegar para el postre. (Suben).
- Y cuàl es la queja?
- (El taxista) Que todo està tan caro.
- Ya la vas a escuchar a la tìa. (Al taxista) Gire a la derecha. (Avanzan unas cuadras) Pàrese aca, por favor. (Al chico) Tomà, andà a comprar unas masitas, apurate.
(Al rato vuelve el chico, comiendo medio kilo de helado).
- Y las masitas?
- No parecìan de hoy.
- Pendejo insolente.
- (El taxista) Eh!, no es para tanto, sòlo son unas masitas.
- Claro, son sòlo cosas. Usted tambièn?
- Còmo dice?
- Nada, maneje que llegamos tarde.
- Y... paràndose a comprar masitas no se llega màs temprano.
- A què viene tanta mania con lo de la tìa si no la podès ni ver?
- Nos invitò a cenar y van todos. Tengo que hablar algunas cosas con tu abuelo y con tus primos, que no los vemos nunca.
- Me conmueve tu desinterès. (Con la boca llena de helado) Sos un gran ejemplo.
- (Al taxista) Pàrese en la casa de la esquina, ya llegamos.
(Frena, paga, se bajan. Toca el timbre. Sale la tìa, en pijama).
- Hola! Què sorpresa!
- Perdòn por la tardanza.
- Què tardanza?
- La cena, la tardanza.
- Pero si es maniana la cena!
- Còmo maniana?
- No escuchaste el mensaje? Yo estaba por irme a dormir, pero veo que trajeron helado. No se debìan haber molestado. Pasen.
(Pasan. Los tres se sientan en la mesa. La tìa abre el tarro de helado. Queda una sola cucharada, y està derretida).
Nico.
- Probate los jeans, vas a ver què lindos que te quedan.
- Pero papà.
- No te hacen falta medias? calzoncillos?
- Lo que me falta es una respuesta, papà, una respuesta y dos bochas de helado, porque asì no se puede. Fijate si tienen algo en la secciòn de ninios.
- Dale que llegamos tarde a lo de la tìa. (Sì, los llevo, ponè todo en la misma bolsa).
- Eso te importa màs a vos que a la tìa.
- No digas eso, te quiere tanto.
- Ah, què divina.
- Trajiste las masitas, no?
- Me las comì en el probador.
- Sos una mierda.
- Mierda eran las masitas. Les hice un bien a todos.
- Claro, son sòlo cosas, no?
- Cosas secas e insìpidas.
- Yo no sè a quièn saliste.
- Si lo decìs por la gula, a la tìa.
- Le vamos a decir al taxi que espere, y te bajàs a comprar masitas.
- Y dos bochas de helado.
- Y un poco de paciencia, porque asì no se puede. (Suben al taxi).
- Claro, con lo agitados que vivimos.
- (El taxista) Còmo dice?
- No dice nada: gire a la derecha.
- Hablaba con el chico, no con usted.
- Y vos quièn sos? Callate y maneja.
- Còmo?! Bajate del auto.
- Si todavìa ni arrancaste!
- Por eso mismo.
- (Al chico) Venì, paremos otro.
- (El taxista) No, el chico no. Usted bajese.
- Sì, bajate pa. Yo me voy con el senior a tomar un helado. (Al taxista) Yo invito.
- Dejà de hacer el ridìculo. (Sale del taxi y arrastra al chico de la camisa; el taxi arranca). Mirà la hora que es.
- No tengo reloj, no me gustan. Encierran y dividen lo incontrolable.
- Pero què pedazo de poeta, eh?
- Ahì acaba de pasar un taxi.
- Y por què no lo paraste?
- Porque prefiero ir caminando. O no ir.
- (Para un taxi). Vamos a llegar para el postre. (Suben).
- Y cuàl es la queja?
- (El taxista) Que todo està tan caro.
- Ya la vas a escuchar a la tìa. (Al taxista) Gire a la derecha. (Avanzan unas cuadras) Pàrese aca, por favor. (Al chico) Tomà, andà a comprar unas masitas, apurate.
(Al rato vuelve el chico, comiendo medio kilo de helado).
- Y las masitas?
- No parecìan de hoy.
- Pendejo insolente.
- (El taxista) Eh!, no es para tanto, sòlo son unas masitas.
- Claro, son sòlo cosas. Usted tambièn?
- Còmo dice?
- Nada, maneje que llegamos tarde.
- Y... paràndose a comprar masitas no se llega màs temprano.
- A què viene tanta mania con lo de la tìa si no la podès ni ver?
- Nos invitò a cenar y van todos. Tengo que hablar algunas cosas con tu abuelo y con tus primos, que no los vemos nunca.
- Me conmueve tu desinterès. (Con la boca llena de helado) Sos un gran ejemplo.
- (Al taxista) Pàrese en la casa de la esquina, ya llegamos.
(Frena, paga, se bajan. Toca el timbre. Sale la tìa, en pijama).
- Hola! Què sorpresa!
- Perdòn por la tardanza.
- Què tardanza?
- La cena, la tardanza.
- Pero si es maniana la cena!
- Còmo maniana?
- No escuchaste el mensaje? Yo estaba por irme a dormir, pero veo que trajeron helado. No se debìan haber molestado. Pasen.
(Pasan. Los tres se sientan en la mesa. La tìa abre el tarro de helado. Queda una sola cucharada, y està derretida).
Nico.
No se me ocurre un tìtulo
Supongo que me gusta sentarme encorvado porque es mas corto el viaje del cigarrillo a la boca.
Prefiero la luz apagada porque hay menos margen, menos esfuerzo.
Què problema si hay polvo sobre la mesa, si no me banio todos los dias, si mis pies en su andar descalzo quiebran migas de pan viejo.
Intento evitar comunicarme porque mi historia de la comunicacion es un fracaso, porque la historia de la comunicacion es la historia de un fracaso.
Pero estas vos, y entonces.
No estas: estuviste. Y cuando estabas, ya sabes, no habia barreras. Te veia caminar sin tocar el suelo, deslizarte flotando. Creia no merecerte: nunca dejè de pensarlo. En el fondo sabia que fingias tus gemidos tibios, dilatados, tu respiracion entrecortada cuando la punta de mi lengua danzaba desde tu cuello hasta el reverso de tu oreja. Me sentia feliz y aplastado, vida de burbujas. Pero me bastaba.
Fuiste el sol, la puerta abierta, mi educacion sentimental. Fuiste la medusa que solo ante mi no pestaneaba. Fuiste mi rebelion silenciosa.
No era facil seguirte el paso, aparentar que fluia una magia un poco forzada, que no me deslumbrabas hasta la ceguera cada vez que seguias tus impulsos insolentes, que abrias la boca, que te quedabas dormida.
Me enfrentaba al espejo y buscaba una respuesta: una verdad o una mentira.
Cuando desde el borde de tus labios soplabas hacia arriba para negar el flequillo que invadia tus ojos, resumias la belleza del mundo.
Admiraba, envidiaba, odiaba un poco la naturalidad con la que te hacias y te dejabas querer, la frescura con la que resolvias todo sin buscarle tantas ramas.
Yo era tu pareja, tu alumno, tu mascota.
Aquella maniana despertè y no habìa dentìfrico pegado al lavamanos, no olìa a cafè.
Tus llaves colgaban de la cerradura, y junto a la ventana habia una nota que no lei y no tardè en estrujar y tirar a la basura con la sobriedad jactanciosa de quien predice lo inevitable y con ese orgullo eclipsa un dolor que no pasa de un pinchazo, de un vèrtigo que asi como llega se va y no vuelve mas nunca.
Hace falta mas que eso para.
Intento evitar comunicarme.
Nico.
Prefiero la luz apagada porque hay menos margen, menos esfuerzo.
Què problema si hay polvo sobre la mesa, si no me banio todos los dias, si mis pies en su andar descalzo quiebran migas de pan viejo.
Intento evitar comunicarme porque mi historia de la comunicacion es un fracaso, porque la historia de la comunicacion es la historia de un fracaso.
Pero estas vos, y entonces.
No estas: estuviste. Y cuando estabas, ya sabes, no habia barreras. Te veia caminar sin tocar el suelo, deslizarte flotando. Creia no merecerte: nunca dejè de pensarlo. En el fondo sabia que fingias tus gemidos tibios, dilatados, tu respiracion entrecortada cuando la punta de mi lengua danzaba desde tu cuello hasta el reverso de tu oreja. Me sentia feliz y aplastado, vida de burbujas. Pero me bastaba.
Fuiste el sol, la puerta abierta, mi educacion sentimental. Fuiste la medusa que solo ante mi no pestaneaba. Fuiste mi rebelion silenciosa.
No era facil seguirte el paso, aparentar que fluia una magia un poco forzada, que no me deslumbrabas hasta la ceguera cada vez que seguias tus impulsos insolentes, que abrias la boca, que te quedabas dormida.
Me enfrentaba al espejo y buscaba una respuesta: una verdad o una mentira.
Cuando desde el borde de tus labios soplabas hacia arriba para negar el flequillo que invadia tus ojos, resumias la belleza del mundo.
Admiraba, envidiaba, odiaba un poco la naturalidad con la que te hacias y te dejabas querer, la frescura con la que resolvias todo sin buscarle tantas ramas.
Yo era tu pareja, tu alumno, tu mascota.
Aquella maniana despertè y no habìa dentìfrico pegado al lavamanos, no olìa a cafè.
Tus llaves colgaban de la cerradura, y junto a la ventana habia una nota que no lei y no tardè en estrujar y tirar a la basura con la sobriedad jactanciosa de quien predice lo inevitable y con ese orgullo eclipsa un dolor que no pasa de un pinchazo, de un vèrtigo que asi como llega se va y no vuelve mas nunca.
Hace falta mas que eso para.
Intento evitar comunicarme.
Nico.
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