miércoles, 14 de octubre de 2009

Habitaciones

Hacía un frío que calaba los huesos. Mingo se frotaba las manos junto a la estufa de kerosene y maldecía pensando en cuánto tiempo más se estiraría el invierno. Es que ya estaba por finalizar septiembre y las temperaturas seguían oscilando entre los dos grados bajo cero y los diez grados, los días menos crudos. Justo este año que había conseguido ese trabajo de sereno en “El buen dormir”, un hotelucho en el que a decir verdad no sobraban las comodidades para hacer honor a su nombre, el frío se empeñaba en quedarse y en joderlo con el chiflete que le enviaba todas las noches por debajo de la puerta de lata y por cada hendija de cuanta ventana habitaba en las descascaradas paredes de la recepción.
Esa noche no lograba calentarse, así que decidió echar llave a la puerta y recorrer los pasillos. En su caminata se entretuvo fantaseando lo que pasaría dentro de cada habitación. Una sonrisa se dibujó en su cara imaginando a la gorda Francisca cabalgando en la cama encima del pobre Jacinto que no alcanzaba a pesar ni la mitad que su mujer. Luego, frente a la habitación número dos aspiró cerrando los ojos y deseando ser invitado a saborear ese riquísimo humo de marihuana que se escapaba
por debajo de la puerta -“estos pendejos consiguen de la buena”- pensó. Siguió caminando y se detuvo unos pasos antes de la número cinco, la puerta estaba entreabierta. Mingo no podía dar crédito a lo que veían sus ojos- “pero si esa es la habitación de la hermana Mercedes!”- Se ubicó detrás de una columna y se dedicó a observar. El cuerpo desnudo que se desparramaba sobre la cama con su piel blanca casi transparente era sin dudas el de la monjita que había vuelto al pueblo por unos días a despedir los restos de su padre.-“Pobre Artemio qué forma de morir”- pensó sin dejar de mirar. En sus manos un muñeco, no alcanzaba a ver si era un osito o un conejo, quizá un perro,-“qué importa”-, bajaba lentamente primero por su cuello, luego por los pezones, allí se detuvo un rato y el cuerpo lechoso comenzó a temblar, alcanzó a escuchar un gemido. Los ojos abiertos de Mingo no cabían en su cara, en puntas de pie y con cuidado de no ser escuchado comenzó a aproximarse, no podía perderse detalle de semejante espectáculo, de pronto escuchó que se abría una puerta y corrió nuevamente detrás de la columna. El corazón se le salía del pecho, y vio salir de la habitación siete a La Chola, que con esa cofia en la cabeza y el camisón hasta los tobillos parecía salida de una película de terror –“No se como el Felipe pudo casarse con semejante bodrio” pensó mientras la mujer se dirigía al baño-“uno de estos días se va a despertar y le va a dar un infarto al encontrarla a su lado”. Volvió su atención a la monjita, el peluche ya bajaba por su abdomen rumbo a su intimidad, El Mingo comenzó a sentir que el calor subía desde su entrepierna y se desató la bufanda, Su agitación crecía junto con la de la monja, el muñeco seguía bajando, cuando escuchó el teléfono sonando en recepción –“¡Maldición!” pensó mientras corría hacia las escaleras tratando de hacer el menor ruido posible. Antes de llegar al teléfono escuchó la cadena del baño “El esperpento terminó de cagar, si el olor que deja corresponde a su imagen ¡mamita!- En el momento de atender se cortó. Se disponía a subir nuevamente cuando la campanilla volvió a sonar-“¡Mierda! justo hoy se les da por llamar”-Al atender la voz chillona le perforó el oído –“¿Dónde te habías metido que no atendías?” retumbaron las palabras de Tomasa, la dueña del hotel.-“Estaba en el baño”- “No estarías durmiendo por ahí ¿no? que te pago para que vigiles la entrada”-“Quédese tranquila doña Tomasa, adiós, si, si, saludos a Don Pascual”-“Otro que un día se va a quedar duro al lado de esa arpía, todas las mujeres de este pueblo se transforman en monstruos”- pensó al tiempo que se juró a si mismo no casarse nunca. Se sentó en el sillón destartalado, cerró los ojos e introdujo la mano en sus pantalones, tomó su miembro preguntándose por qué parte del cuerpo de la monjita andaría paseando el osito o lo que fuera –“Vení Merceditas, agarrá este muñequito que es más lindo que el tuyo...”-
El chiflete seguía entrando por todas las hendijas, pero el Mingo ya no sentía frío.

ALICIA

Orgullo

Orgullo por lo que hago pero más aún por lo que no hago.
Puedo no poder hacer lo que quiero
mas no puedo hacer lo que no quiero
Llevó algún tiempo aprenderlo, pero cuando se hace carne,
es un orgullo perder por no perder los principios.
Se gana perdiendo cosas, esas no son las que valen
porque si para tenerlas tengo que vender mi esencia
¿Qué sería de mi orgullo? Pierdo más de lo que gano.

ALICIA

martes, 13 de octubre de 2009

Qué tipo jodido

- Qué tipo jodido el que lo mató a Jorgito el karateca, ¿no? -
- Fijate que no -
- Pisaba parajitos -
- ¡Calumniador! -
- Y descocía bufandas -
- ¡Sangran mis oídos! -
- ¿A razón de qué tanto afecto? ¡Abogado del diablo! -
- Fue mi mentor -
- … -
- En otra vida fui karateca, y él en ésta fue mi mentor -
- (Llorando) Pero lo mató a Jorgito -
- Jorgito nunca pasó de cinturón azul -
- ¡Pero era tan bondadoso! -
- No, en realidad era un jodido -


Nico.

lunes, 12 de octubre de 2009

El fuego

Siempre esperábamos la llegada de aquel día, repetir el ritual del año anterior y del siguiente. Éramos pocos y niños, pero bien organizados y muy seguros de lo que hacíamos. Planeábamos el lugar, la hora, incluso cierto discurso, lema o pastiche de deseos. Recopilábamos el material con una ansiedad que empapaba nuestras manitos de sudor. Tachábamos días en el calendario, pulíamos detalles, hasta que no había nada más que pulir ni que tachar, y nos reuníamos todos, puntuales, en aquel espacio techado, húmedo, difícil acceso. Formábamos un círculo. La adrenalina contagiosa. La cara pintada con dedos de colores. Las chombas blancas, ya grises, firmadas por nuestros compañeros. La sonrisa imborrable del triunfo infantil. ¿Estamos todos? ¿Tenemos todo? No respondíamos con palabras. Respondíamos con una acción, simultánea y conjunta: tirábamos al centro nuestros cuadernos de matemática, de ciencias, de lengua, de sociales, armábamos una montañita. Alguien prendía un fósforo. Tercer grado ya era historia.

Nico